domingo, 10 de junio de 2012

Abrirse a lo nuevo

Este relato es continuación de "Pajea a tu padre" y "Negociaciones".



Es de noche, invierno. Mi cuerpo desnudo yace boca abajo, tapado por la sábana y la manta. Siento una respiración cerca mío. Se oye el chasquido de una lengua. Percibo una presencia cerca de mi parte trasera. De pronto, una lengua ajena recorre, con avidez, mi culo, mientras mis nalgas son tomadas y separadas suavemente por dos manos expertas. La lengua recorre hacia arriba y hacia abajo, hacia adentro y hacia afuera, circunda mi agujero. Exhalo un leve gemido de placer. La boca ajena me besa el ano.
Se oye el ruido de un frasco. Un dedo entra en mi culo, doliendo al principio, cada vez menos. Al entrar, me masajea por dentro. Nuevamente exhalo quejas y placeres. Oigo rasgarse un envoltorio de preservativo, percibo un movimiento de desenfundar. Recibo un último beso en la cola.
Y después, el pinchazo. La vacuna. El injerto. La invasión. Ese mismo sutil dolor, que de pronto se transforma en placer. Ese mismo cuerpo ajeno, que se va adentrando en mí, ignorando la resistencia que opone el mío. Suavemente, con determinación. Hasta donde pueda llegar. Se oye un suspiro de alivio, de placer.
Miro al espejo. Mi padre y yo nos miramos. Nuevamente, él yace arriba mío, dentro mío. Su cuerpo aplasta al mío contra la cama, y lo protege también. Yo lo recibo, soy su anfitrión. Nos sonreímos, y empieza el bombeo. Lentamente, pero con nitidez. Avanza y retrocede dentro de mi cuerpo. El mete-saca. Como las olas del mar, que van y vienen sobre la arena. Observo sus movimientos, su deslizarse el pecho sobre mi espalda. Su recorrerme la cara la nuca. Su pelvis acercándose y alejándose de la mía. Su culo, libre, no amarrado a nada, moviéndose en el aire con absoluta libertad. El mío, en cambio, atado a la cama, no con cuerdas, sino a su pelvis. Me quedo quieto, recibo, espero, respondo. Cada avance me exhala un gemido de placer, cada retroceso una espera. Él propone, yo respondo. Él pone, yo recibo. 


Pasivo: que deja que las cosas pasen.
Bottom: el de abajo.

Abajo y a la espera de que algo pase. Acelera, cambiamos de posición. Cuando estoy particularmente entusiasmado, lo cabalgo, lo miro a la cara, lo beso, le salto encima. Y luego volvemos al principio, abajo y de espaldas. Él sigue trabajando, acelera, pierde un poco el control y explota en mí, relajándose y soltando su esperma (del que vengo yo) en mi culo (del cual no podrá venir nadie). Comienza a retirarse. Se tumba en la cama, cumplió su cometido. Como deferencia, comienza a masturbarme muy rápidamente. Yo exploto en un chorro salvaje, que se esparce en la cama y en la sábana (siempre olvidamos traer una toalla o papel higiénico). Relajados, nos abrazamos y dormimos.

A la mañana siguiente, se repetirá de nuevo la acción. Si la tarde está muy fría para salir, otra vez. A la noche, volveré a mi casa materna. El miércoles vuelvo a la casa de mi padre (antes iba los jueves, pero no aguantábamos cuatro días sin eso). En la semana todo es más rápido. Jueves a la mañana, una paja rápida. Y hasta el sábado a la tarde. Normalmente paseamos, vamos al cine, vemos vidrieras, cenamos. Nos aguantamos, conscientemente, retardando el momento A las once de la noche, aún en plena calle, ya estamos erectos. Que la peli termine pronto. El frío no ayuda. A la una o dos volvemos a la casa, y sin preámbulos casi, mi culo desnudo recibe un lengüetazo, y todo al comienzo...

Mi padre me coge tres o cuatro veces por semana. Si hacemos un calculo rápido, deben ser unas 25 las veces que entró en mí.

25-0. No es una competencia, es una mera estadística. Él parece disfrutarlo mucho, ¿por qué no podré yo también?

-Che, esta vez yo quisiera...- la tímida sugerencia es ahogada por varios murmullos disuasorios. Resultado: mi padre ensartándome otra vez, repitiendo obsesivamente el siguiente latiguillo: "¿Viste que te gusta?".

Otro intento consistió en comenzar a hacerle masajes por la espalda, besándosela y acariciándosela. Cuando llegué a su trasero, se puso en alerta. Cuando el dedo intento penetrar, hubo una cerrazón, se dio vuelta, y "No, a mí no". Terminó en masturbación mutua.

Tal vez no quede otra que plantearlo de frente. No va a ser fácil, lo sé.

-Me gustaría poder metértela yo también- la frase resuena fría en aquel desayuno. La ocasión no es para nada sexual, y aprovecho ese momento. En la cama, no tengo tanta resistencia, porque al fin y al cabo me gusta que me penetre, es que sólo quiero saber qué se siente...


El silencio posterior a ese enunciado confirma que se acusó recibo del mismo. Suspiro.

-¿Por qué?- me pregunta, desconcertantemente.
-Porque... -debo hilvanar una respuesta coherente si no quiero perder esta chance.- Porque... se nota que está muy bueno, y que vos lo pasás muy bien. Y quiero probar yo también, creo que tengo ese derecho.
-Vos también la pasás muy bien, así como estás ahora. Gemís de lo lindo - dice, entre prosaico y entristecido. ¿Por qué ese tono melancólico?
-Claro, y vos también lo pasarías muy bien en mi lugar. Está bueno ser pasivo.
-Podés seguir siéndolo, no me molesta.
-Te hablo en serio. Quiero probar lo otro.

Nuevo suspiro, ¿acaso se puede ser tan trágico?

-¿No te gusta como te cojo?- me pregunta.

Me sorprendo; así que viene por ahí la cosa. Una cuestión de ego. Demostrarle al propio hijo que coge como el mejor, aún cogiéndoselo.

-Nunca dije eso. Sabés que me encanta. Pero esto es algo distinto.
-¿Y si te encanta por qué no querés que lo siga haciendo?
-No es que no quiero que sigas, es que quiero hacerlo yo también.
-Pero...
-¿Pero qué?
-No sé... no...
-¿No qué? ¿No por qué?
-Preferiría que no...
-¿Alguna experiencia desagradable?- decido ir al grano. Demasiado, tal vez.
-No, cómo se te ocurre- responde indignado- Yo era hetero, bien hetero. Nunca...
-¿Y ahora qué sos?
-Ehh, eh...- ¿se asumirá como lo que es: un hombre que se coge a otro?- ¿Hay que poner palabras?
-Sí, hay que ponerlas...
-Y, supongo que... bueno, nosotros somos dos hombres, y estamos juntos...
-¿Entonces?
-Y sí, estamos teniendo relaciones homosexuales, pero...
-¿Pero?
-No sé si soy homosexual- hay una falsa firmeza en esta afirmación, que percibo claramente.
-Todo esto es para no dejarte coger, ¿no? Me decepciona lo primitivo que sos. Me decepciona, realmente. A la hora de que te pajeen, te la chupen y te entreguen el culo, sos el primero en salir a romper tabúes, pero después, cuando de mí se trata...
-No me hables así- intento de autoridad, pero ya es tarde. Me enojé.
-Te hablo como quiero, porque con esta misma boca te la chupé un montón de veces. Me usaste de todas las maneras posibles, te satisficiste como quisiste, y ahora venís a poner límites.
-Sigo siendo tu padre...
-Eso no te da derecho a romperme el orto. Más bien, lo contrario.
-Tampoco vos tenés derecho a rompérmelo a mí. Te cojo porque me gusta coger, y punto.
-¿Para vos soy un culo, nomás? ¿Tuviste un hijo para cogértelo cuando tuviera 18 años? ¿Ese era el plan?

Evidentemente, no puede responder que sí a esto.

-Sabés perfectamente que no. Yo te quiero, te quise y te querré siempre. Esto va aparte, no estuvo planeado... se dio, fue un momento... nos gustó...
-Da la sensación de que estaba bien planeado.
-Bueno... sí... hacía unos meses yo quería que pasara esto... pero antes no...
-Y cuando te pajeabas pensando en mí, ¿no se te ocurrió que yo podía querer lo mismo?
-No...- su naturalidad desconcertada no deja de sorprenderme. No se le había ocurrido, así de simple.
-¿Vos dirías que soy una mujer?
-No, claro... sos un hombre... por eso te cojo por el culo.
-Y me la chupás, y me la tocás...
-Claro...
-¿Y te sentís una mujer cuando me la chupás, por ejemplo?
-No. Simplemente soy un hombre goloso.
-¿Te gusta chupármela?
-Sí, bastante.
-¿Estarías de acuerdo en afirmar conmigo que el ser pasivo no feminiza a nadie?

Se corta la cadena de asentimientos. Sus argumentos caen uno a uno.

-Seguís siendo un hombre..- responde quedamente.
-¿Para vos ser activo es ser más masculino?- le pregunto.
-Un poco sí- reconoce- Yo siempre fui hetero. A mí me criaron con que hay meterla. Y que lo peor es que te rompan el culo. Si la metés, sos macho... Pero bueno, ahora es distinto, se enseña otra cosa, los chicos de tu edad vienen más liberales...
-No por "liberal" me dejaría de gustar probar qué se siente ponerla. Pa, tengo 18 años. En serio, quiero probar.

Nuevo suspiro. Los argumentos racionales se acaban. Sólo quedan tres opciones: o me permite estar con otra persona, o todo esto entra en una crisis de difícil salida. O se deja coger, claro.

-Yo nunca pensé que esto podía pasar...- dijo, nuevamente triste.
-Claro, se te olvidó pensar que yo también tengo deseos.
-Pensé que a vos te gustaba lo que veníamos haciendo...
-No es excluyente.
-Lo siento, necesito pensarlo... es muy fuerte todo esto... ¿podemos discutirlo en un tiempo?
-Tiempo en el que no habrá sexo entre nosotros, claro.
-Eso es chantaje.
-Pedirme que te pajee para mejorar nuestra relación también lo fue.
-OK. Tiempo para pensar, entonces.

Pasó un mes. Fue duro ese interregno, pasar de acariciarse, besarse, chuparse, pajearse, cogerse, a nada. El tiempo, que antes era corto, se hacía largo en cada visita mía. ¿Y antes de cenar que haríamos ahora, cuando antes capaz yo lo masturbaba? Ver un partido de fútbol, sin ningún interés. Bañarse solo, sin la esperanza de que nadie abriera la puerta. Dormir nuevamente en camas separadas. La siesta, leer una revista, y acordarse de qué aburrido era todo antes de que me pidiera el favor de que lo masturbara. Olvidarse de esa cosquilla en el culo que me producía su pija. Dejar de escuchar guarradas, ahora solamente la radio anodina donde un chico le canta su amor de opereta a una chica.

Pero yo no iba a insistir más. Era muy desgastante cada argumentación, cada batalla, cada combate. Tal vez esto cayera por su propio peso, pero yo prefería eso a seguir enfermándome. Yo también tenía miedo cuando el me cogió por primera vez, y lo superé, y me lo banqué, y me aguanté el dolor. ¿Por qué no él? ¿Sólo porque era "de otra época"? Qué estupidez.

Un día, en el almuerzo:

-Hijo, me parece que ya es hora de ir cerrando este tema.
-Soy todo oídos.
-La verdad, tengo mucho miedo. Son 47 años que se van al tacho.
-Es curioso que no se te hayan ido al tacho cuando se te ocurrió que tu propio hijo podía pajearte. No es la clase de pensamiento que cualquier padre tiene.
-¿Vos te pensás que yo no dudé, que no me lo planteé, que no lo pensé? Solo cuando supe que no daba más te lo pedí. Y arriesgué mucho con eso. Podría haber salido muy mal.
-Tuviste suerte, y me agarraste caliente. Podrías haber ido a la cárcel de por vida.
-Pero no fui, y ahora estamos acá.
-Después de haber cometido incesto, y haber hecho mil guarradas, te da miedo dejarte coger. Así es la situación.
-¿Está mal tener miedo?
-Yo lo superé por vos. Y me dejé, y me dolió, y todo, pero aún así lo hice por vos.
-Lo valoro muchísimo.
-No tanto como para hacer lo mismo por mí, se ve.
-Ehm... yo,... lo voy a hacer.

Se me paró el corazón. ¿Será cierto?

-¿En serio?- pregunto, incrédulo.
-Parece como que no quisieras.
-Claro que quiero- no podía dejar pasar esta oportunidad.- ¿A qué se debe el cambio de actitud?
-A que extraño mucho lo que se generaba entre nosotros. Ver fútbol, sabiendo que podrías estar mamándomela, no es divertido. Y a que tenés razón. Y aunque no me guste, creo que podemos hacerlo de vez en cuando si es para estar mejor nosotros dos.
-Ni siquiera sabés si te gusta o no.
-Lo más probable es que no.
-¿Cuándo lo probamos?
-Ahora, si te parece. Levantá los platos que voy para la pieza.

Así hice. Y me agarró miedo. El miedo lógico. ¿Iba a poder? ¿Y si no se me paraba? ¿Y si no entraba? ¿Y si se arrepentía? ¿Y si se lastimaba? ¿Me contendría como cuando el me cogió a mí? Me sentía extrañamente solo en todo esto.

Fui al baño, me lavé la cara, me saqué la remera. Entré a su pieza en calzoncillos. Él ya estaba desnudo, como siempre, boca arriba, masturbándose. Se notaban sus nervios.

-Bueno, empecemos como siempre...- dije, con una inusitada decisión.

Comenzamos a besarnos y abrazarnos. Empecé a acariciarlo muy suavemente, en la espalda y la cara. Quería darle seguridad. La que yo mismo no tenía. Se la toqué, se la agarré, empecé a sacudírsela, comencé a masturbarlo. Sentí sus gemidos de placer. Me la metí en la boca, y comencé a chupársela. Quería que disfrutara lo máximo posible antes de que lo penetrara.

-Ay, sí, hijo, sí, más, chupala, dale, ah, ah ahhh..
-Hmmm, ¿te gusta, papá?
-Hmm, sí, sí, no pares, sí, más, más adentro en la boca, dale, cometela toda, ah ah ahahhha.
-Hmm, hmm.

Comenzó a masturbarme, suavemente. Me estaba ayudando.

-Date vuelta- le pedí.

Hubo una breve hesitación, que yo ayudé a disipar empujando su cuerpo desnudo con las manos. Quedó boca abajo. Pasé la lengua por su espalda, masajeando también su cuello. Le resoplé al oído.
Toqué sus nalgas, las amasé en mis manos, las rodeé, las sobé, las manoseé. Bajé la cara y le di un sonoro beso en la nalga. Lamí sus nalgas con la lengua. Me metí un dedo en la boca, lo chupé bien, y lo llevé a la línea del culo. Separé un poco sus nalgas, e intenté meterlo en el culo.

-Despacio, por favor- me pidió, aterrado.
-Te voy a cuidar, papá- dije. ¿Ese era yo hablando, con tanta seguridad? ¿Yo tomaba las riendas de todo esto?
-Ponete lubricante, por favor.- Me pareció justo el pedido.

Abrí la botella de lubricante, unté una buena cantidad en el dedo, y volví a intentar penetrarlo. Como había mucha resistencia, opté por hacer masajes circulares, mientras retornaba a los besos, los suspiros, y las caricias.

-Abrite, pa, te va a gustar...- mi voz era un suave murmullo tranquilizador.

Hice un poco de fuerza, y conseguí meter el dedo. Su culo estaba muy apretado, y al principio me dolió en el dedo. Antes que sacarlo, preferí meterlo más, hasta el fondo.

-Ay, despacio- se quejó.

Comencé nuevamente con los masajes circulares, como me había hecho él a mí al cogerme por primera vez.

-¿Te gusta?- le pregunté-
-Duele un poco. Sigo con miedo, pero aguanto. Te amo hijo.
-Yo también te amo papá. Quiero hacerte el amor.

Mágicas palabras. Su culo empezó a aflojarse. La tensión en el dedo se liberó, y pude empezar a meter el segundo dedo. Había que hablar de amor, nomás. Eso también era muy fuerte, pero ahora me urgía otra cosa...

Le metí el segundo dedo por el culo. Empecé a simular un movimiento de mete-saca con ellos. Comencé a gemir. Hoy era mi día.

-Quiero ponértela. Perdón, estoy muy caliente, papá, quiero cogerte.
-Ahí está el preservativo y el lubricante.
-Ehm...pa... ¿me ayudás con el preservativo? Nunca me puse uno...- temí que todo se cortara.

Rio con ganas.

-Vaya una manera de enseñarte. Vení, traé la pija para acá.

Lo hice. Desenfundó el preservativo, me lo puso en la pija con lentitud, como mostrándome. No había registrado mucho, pero ya estaba. La segunda vez sería mejor, sin duda. Me puse lubricante sobre el preservativo. Abundante cantidad. Lo miré, y le hice gesto de darse vuelta. Obedeció.

-Ay, me voy a dejar romper el orto- dijo, plañideramente.
-Te vas a dejar, te va a gustar, y vas a pedir más.
-Cuidá las formas, pendejo, respetame que soy tu padre.
-Un litro de leche te debo haber tragado, "padre".
-¿Y? ¿No la ponés?
-¿Me estás provocando? ¿Querés que te viole?
-Te estoy dando ánimo, pedazo de puto. Necesitás culearte a tu viejo para sentirte hombre.
-Andá, viejo puto. Te hacés el vivo con tu hijo, ¿Por qué no te agarrás un tipo grande si te animás? Con un pendejo cualquiera puede.
-Rompeme el orto si podés.

Me encantaba este diálogo, pese a su aparente agresividad. Descomprimía la situación. Llevé mis caderas hasta su cola, endurecí la pija, la apoyé contra la línea. Respiré hondo. La tomé con las manos, y empecé a empujar.

-Respira hondo, viejito, respirá hondo- le sugerí.

Comenzó a inhalar y exhalar profundamente. Seguí empujando. La cabeza chocaba contra el esfínter. Decidí seguir empujando hasta que entrara.
Dos minutos después, sentí que se abría la pared. La cabeza de mi pija entró en su culo estrecho. Hermosa sensación...

-Ay, me duele, me duele- se quejó mi padre.
-Aguantá, aguantá. Esto recién empieza. Después se pone mejor.
-Uf...

Ya con más confianza, seguí empujando. El tronco comenzó a desaparecer en su culo. Yo me sentí más cerca suyo, le besé la nuca. Supe que le tenía que tocar la pija para complacerlo. Lo hice.

-Ah, ah ah- suspiró.
-¿Te gusta?
-Duele bastante, me cuesta aguantar. Pero a ver, ya que estamos...

Comencé a moverme, tal como lo hacía él conmigo. Adelante y atrás. La sensación era única, increíble, alucinante. Qué rico era cogerse a alguien.

-Uh, oh, ah, más más- dije.
-Ah, ah, sí, sí, hijo, sí, no es tan terrible. Duele, duele, pero se soporta. Sí, sé feliz, más. Más, dale, cogeme, hacete hombre, dale que eso querías.
-Ah ah ah, sí, te gusta, te gusta, dale, no mientas. Más, ay si, más, papá, papá, más, uh, como te cojo, sí, ah ah... esto es maravillosos, sí.
-¿Viste lo que se siente?
-¿Qué sentís vos?
-Cosquillas, me meo encima, me cago encima, me siento un flor de puto, sí, putísimo, pero me gusta... cogeme, hijo, cogeme.
-Ponete en cuatro que te cabalgo, como cuando chico, sí.

Eso fue la gloria. Mi viejo se puso a gatas, y yo empecé a ensartarlo por atrás, al ritmo con el que jugábamos cuando yo era chico, y él hacía de caballo. Caballo, ja... quince años después, esto pasaba...

-Oh, oh, uh, sí, más, más, dale, más, no pares, ah, seguí, mové el culo. Ah, ahah cogeme, te cojo, más, sí, sí, por atrás, sí, dale, ah ah aha hah, uf...- los gemidos se entremezclaban. Lujuria total.

Volvimos de a poco a la posición original. El clásico misionero. Yo seguí ensartándolo, ahora sí, fuerte. Estaba por acabar.

-Ah, pa, voy a acabar, ah ah ah.
-Sí, hijo, sí, dale terminá de una vez, sí, sí, ah ah aha.
-Ah ah ah aha aha ahhhhhhhhhh.

Exploté de pronto en sus fauces, loco de placer, retorciéndome como una anguila. Esto había sido lo máximo, bien valía la pena. Dejé reposar dos minutos, y comencé a retirarme. Salió el preservativo lleno de mi leche.
Me tiré en la cama boca arriba a tomar aire. Miré a mi padre, seguía boca abajo, respirando pesadamente.

-¿Estás bien?- le pregunté-
-Sí.... fue muy fuerte, esto.
-¿Querés que te ayude a terminar?
-No, no hace falta... dame dos minutos para que me recupere...

Nos quedamos así. Mi padre de pronto comienza a masturbarse, mirándome.

-Te ayudo- le dije.
-No hace falta. Hoy descubrí que no soy más hombre por tenerte pajeándome. Puedo solo.

Me pareció raro el argumento, pero si él quería... Siguió pajeándose hasta que, a punto de terminar, dirigió su pija hasta mi pecho. Los chorros de semen me golpearon en las tetillas. Yo, feliz.

Volvimos a tumbarnos, agarrados de las manos.

-Ahora sí está todo superado, ¿no?- dije.
-Sí. Creo que podemos empezar a hablar de otras cosas.
-¿Cosas como qué?
-Cosas como...amor.
-¿Me estás prometiendo matrimonio?- le pregunté riéndome.
-Jajaja, no... pero bueno, acá pasa algo, ¿no?
-Nos queremos mucho. Y cogemos, lo que no es menor.
-¿Qué vamos a hacer con esto a lo largo del tiempo?
-Seguir... hasta que por alguna razón, ya no.
-Qué solución tan simple. Me gusta igual. ¿Relación abierta, entonces?- me propuso.
-Relación abierta... aunque sin terceros a la vista.

Ambos nos reímos, y nos tomamos de la mano. Fuera, en la incipiente primavera, se oía a los pájaros cantándole al sol de la tarde.