martes, 18 de septiembre de 2012

Las aguas bajan claras

Este relato es continuación de "Abrirse a lo nuevo".

Últimos días de noviembre, la primavera en su esplendor iba preanunciando el verano. Mis clases habían terminado, y me encontraba en vacaciones hasta marzo, momento en el cual empezaría la universidad. Mi padre acababa de cumplir los años, 48 ya. Decidimos festejar ambos gratos acontecimientos (mi graduación y su cumpleaños) yéndonos cuatro días a la playa. La decisión era correcta, habida cuenta que yo tal vez en el verano quisiera viajar con mis amigos, y que él había decidido festejar su cumpleaños en una reunión de gente mayor, a la que por aburrimiento desistí de ir. Ahora, en cambio, nos teníamos el uno al otro, y estábamos a nuestras anchas. Y a nuestras largas, y a nuestras cortas también.

¿Para jugar al tejo en la playa? Sí, puede ser. ¿Para meterse en el frío mar? También. ¿Para salir y cenar a la noche? También. ¿Para hablar de nuestras vidas, y mi próximo ingreso en la Universidad? Desde ya.

Pero no sólo eso. Para tener el caliente y salvaje sexo que solíamos tener siempre. ¿Con mujeres? ¡No!¿Con otros hombres? ¡Tampoco! ENTRE NOSOTROS. Sí, practicaríamos incesto como posesos, como hacía casi un año que hacíamos. Pajas, mamadas, folladas, ahora en exclusiva en cuatro días, con absoluta libertad para delirar y sin ajustarse a horarios ni despertadores.

Llegamos a la casa que había alquilado mi padre; un modesto chalet de 2 ambientes, con un living, un cuarto, una cocina, un baño, y un pequeño patio delantero, a una cuadra de la playa. Tras decirle someramente al encargado que yo dormiría en el sillón del living (no había necesidad de aclararlo, pero simplemente, el terror a que lo nuestro se descubra a veces lo perturba y lo hace hablar demás), cerramos la puerta y dejamos el bolso en el suelo. Un solo bolso, puesto que eran cuatro días, y en la playa no se usa mucha ropa, y además... menos si se va a coger.

-¿Te gusta la casa?- me preguntó mi padre.
-Linda, sí...- dije, sin prestar mucha atención. Era funcional, con eso alcanzaba.
-Dejemos las cosas en la pieza- dijo él. Agarró el bolso, yo una mochila, y fuimos hasta el cuarto, que tenía una vieja cama matrimonial.

-¿Esto crujirá mucho?- me preguntó lascivamente mi padre, hablándome al oído.
-Hay que ver...- alcancé a responder antes de que me abrazara.
-Ah, oh, hmm, uf- me jadeó él. Me estaba abrazando por atrás, y comenzaba a mover su pelvis frotándola contra mi trasero. Puso una mano en mi pija. Me calenté.
-Qué bien la vamos a pasar acá, bebé, síiiii- siguió suspirando- Preparate porque de acá no vas a salir con el culo sano, eh.
-Pará, pará, me meo...- le dije. Era cierto, me venía aguantando todo el viaje, y si bien es cierto que no veía la hora de que mi viejo me sodomizara como el mejor, en estas condiciones no aguantaba más.
-Yo también, te acompaño al baño, hijo- dijo, besándome y sin soltarme. Estas mini vacaciones iban a estar muy ajetreadas...

Nos pusimos a mear, parados uno al lado del otro. Como dos hombres comunes y corrientes mean, apuntando hacia adelante y abajo. No hay mayor ciencia en hacer pis si se es hombre. O al menos, eso pensaba yo...

Estaba pensando en mandarle un mensaje de texto a mi madre para avisarle que había llegado bien, cuando siento un líquido caliente golpéandome en el costado. Miro sorprendido, y más sorprendido contemplo a mi padre, apuntando su chorro de orina directamente a mi cuerpo, con una pícara sonrisa, evaluando la situación. Noto que retiene el chorro, esperando tácitamente una respuesta.

Nos quedamos mirando. Yo sentía una cierta repulsión, pero la verdad es que no me había disgustado. Y mi padre desnudo, con esa sonrisa y esa pija, opera maravillas en mí... me di vuelta, le di la espalda, y seguí orinando. Él entendió el mensaje, y a los dos segundos, sentí nuevamente el chorro cálido recorrerme toda la espalda, pues evidentemente estaba moviendo y dirigiendo su pija a voluntad, como si me estuviera pintando. Terminó finalmente de orinar.

-Date un baño- me dijo, dándome un beso. Comprendí que la nueva diversión me iba a implicar pasar mucho tiempo en el baño.

Me di una ducha rápida, pasándome abundante jabón por la espalda, y cuidando muy bien de no oler a orina. Cuando consideré estar listo, salí de la ducha, me sequé con una toalla, y salí desnudo al living. Vi que mi padre estaba en la cocina, bebiendo agua directamente del pico de una botella, y tocándose la pija. Noté que tendía a tomarse la botella entera.

-¿Tanta sed tenías?- le pregunté.
-No- me responde él, quedamente.
-¿Y entonces por qué tomás tanto?
-Me extraña esa pregunta en un chico inteligente como vos. Quiero llenarme de líquido así puedo volver a mearte- dijo como si fuera lo más común del mundo.

Conque esas teníamos... fui a la pieza a desarmar el bolso, y a esperar que los dos litros de agua surtan su efecto. Él vino atrás mío, y tras desarmar el bolso en cinco minutos, me agarró y nos tumbó en la cama. Comenzó a refregarse sobre mí, jadeándome al oído y lamiéndome la cara. Adoro cuando hace eso, así que me dejo. Puedo estar horas así, sintiendo su cuerpo sobre el mío, moviéndose, desahogando esa lascivia tan particular que lleva...

-Che, ya está, me meo de nuevo- me dijo. No deja de sorprenderme su naturalidad a la hora de proponer cosas impensables para el resto de los mortales.

Nos levantamos y fuimos al baño. Me senté en la taza del inodoro. Él se agarró la pija y la apuntó a mí.

-En la boca, no- consideré prudente aclarar. No me aminaba a tanto...
-No hay drama. Ahi, ahí, ahí va... sss- dijo relajado.

El orín empezó a salir veloz y fuerte, e impactó en mi torso. Estaba caliente, y era más bien transparente, por todo el líquido que había tomado. Comenzó a impactarme en las tetillas y el torso, bajando y subiendo por el pecho y el estómago, para finalmente hacer una subida hasta el cuello y finalizar con un chorro débil sobre mi propia pija, que comenzaba a pararse fruto del morbo de la situación. Mi padre se arrodillo y me besó en la boca, única parte intacta.

-Bañate- dijo, divertido. Era la segunda vez en menos de dos horas. Me pregunto si no lo excitaría más la idea de tenerme constantemente bañándome que el meo en sí.

Nuevamente me duché cuidadosamente, y salí. Estaba masajeándose el pene, desnudo, boca arriba. Eso sólo podía significar una cosa: sexo.

Comenzamos a besarnos en la cama. Comencé a masturbarlo, él también a mí. Se la chupé, el hizo lo propio  conmigo, y finalmente, me dio vuelta, me dejó boca abajo, y comenzó a chuparme el culo. Insertó rápidamente el dedo en mi ano, luego otro. Los retiró, se puso el preservativo (habíamos traído una caja de 30... para 4 días; nos había parecido un exceso, pero lográbamos siempre superarnos...), se untó lubricante (tres pomos habíamos llevado), y finalmente me penetró.

Comenzó a cogerme bastante rápido. La cama, como habíamos predicho, crujía bastante, aunque no lo suficiente como para tapar los gemidos.

-Ahh, ahh, sí, sí, sí, nene, nene, más, dale, ay, ahhh, ahhh, sí, te quiero, sí si sí- decía él, que simulaba un serrucho sobre mi cuerpo con sus movimientos.
-Ahm ahm, papá, sí, si, por Dios, ah ah ah, seguí, sí, más, dame dame- le pedía yo, completamente abierto a  su herramienta.

La cogida fue relativamente breve, y a los diez minutos, él sucumbía desplomándose sobre mí, mientras yo sentía su pija latiendo dentro mío. Tomó aire, la sacó, se sacó el preservativo, y se tumbó sobre la cama.

-¿Me hago la paja y vamos a la playa?- le pregunté. El día estaba lindo, serían las diez de la mañana.
-Esperame cinco minutos y vamos- me contestó él, aún recuperando el aire.

Por supuesto, los cinco minutos concluyeron con él abalanzándose arriba mío, besándome, y diciendo "¿Otra rapidita?". Y como fuera concedida la rapidita, esta vez yo boca arriba, y él clavándose, apoyándose con los brazos sobre la cama, y moviéndose más rápido aún que antes, sin duda para terminar rápido. A los quince minutos sucumbía nuevamente, no sin antes tener la amabilidad de pajearme para que acabara junto con él. Oh, delicias del sexo...

Una nueva ducha rápida, y a la playa. No había casi nadie, porque la temporada comenzaba en diciembre. Pasamos el día hablando, especialmente de mi ingreso a la Universidad: los miedos, las esperanzas, las dudas, las dificultades, las perspectivas... a veces no puedo creer que tras esta faceta de padre e hijo "normales" se monte toda la lujuria que nos envuelve...

Al atardecer volvimos al departamento, y tras un nuevo baño, salimos a caminar por las casi desiertas calles del pueblo, que se aprestaban para la temporada. Nosotros llegábamos antes del aluvión, como esquivándolo. Y un poco en eso se basaba nuestra relación, en esquivar al mundo, la moral, los códigos, los tabúes... cogíamos cuando el resto dormía la siesta, nos la chupábamos cuando el resto veía fútbol, nos masturbábamos mientras los vecinos cocinaban, nos franeleábamos a la hora de estudiar... siempre desacompasados, y por eso tan felices.

Volvimos a la noche, tras cenar, y nos fuimos a acostar. Nuevamente, sentí su erección, y tras la acostumbrada serie beso-paja-chupada-chupada de culo-dedo, volvió a penetrarme, esta vez suavemente, como quien tiene todo el tiempo del mundo para lo que está haciendo. El sudor comenzó a apoderarse de nuestros cuerpos, yo particularmente, aplastado bajo su cuerpo y contra la almohada y la cama, estaba hirviendo, mientras aguantaba sus mansas embestidas.

-Ah, ah, ah,oh, oh, ahhhhhh- dijo suavemente, mientras se iba en mí, ya por tercera vez en el día. Se separó, y finalmente me liberó. Respiré, me abaniqué con la sábana, y al refrescarme un poco, lo besé, indicándole por gestos que era mi intención penetrarlo. Accedió finalmente, y se puso a cuatro patas. Tras dilatarlo con una ración extra de lubricante (siempre hay que usar más con él, ya que tiene mucha menos experiencia que yo en esas lides), finalmente se la metí. Y así cabalgándolo estuve un buen rato, hasta que yo también me vine en su interior, con un potente orgasmo retumbando en su cavidad. Se la saqué, y ahí sí, dormimos.

La mañana siguiente comenzó con una chupada mía, mientras él leía un diario local y desayunaba un yogurt. Justo al llegar a la sección de "Policiales", se produjo su orgasmo, que me inundó de semen la boca.
-¿Todavía querés yogurt?-me preguntó, ofreciéndome lo que le quedaba. Pregunta sarcástica, claramente no quería más.

Luego al ponerme la malla de baño, me abrazó de atrás y comenzó a masturbarme velozmente. Haciendo caso omiso de mi solicitud de ir a la pieza o al baño, siguió pajeándome en el living, ratificando su tenacidad con un fuerte apretón que me impedía moverme. Por supuesto, mi escasa resistencia derivó en un orgasmo mío, que salpicó el piso, justo lo que yo quería evitar.

-Despues lo limpio- dijo él.- Vamos a la playa- A veces pienso que si no fuera por su tenacidad, nada de esto estaría ocurriendo.

-¿Cómo fue que se te ocurrió estar... digo, ejem... eh... eso, estar conmigo?- decidí preguntarle en la playa, en medio del chirrido de las gaviotas. Siempre había tenido curiosidad por el origen de esto...
-Mirá, yo siempre fui hetero, y de hecho, me siguen gustando las minas... pero qué sé yo... creo que se mezclaron varias cosas...- respondió él.
-¿Cómo cuáles?
-Cuando vos me dijiste que eras gay, me preocupé, y me enojé, no podía ser que mi único hijo, y varón lo fuera... y tras varias peleas con vos, que ahora agradezco, entendí que no estaba mal, si eso te hacía más feliz.
-Ta. ¿Y lo otro?
-Uy, lo otro... en enero, cuando te dije de pajearme, ya hacía seis meses que no estaba con nadie. Mucho, yo siempre tuve mucha actividad sexual, como verás, no puedo dejar de ponerla, jeje- rió vulgarmente, buscando la complicidad que ya tenía. Me toqué instintivamente el culo.
.¿Entonces?
-Y, un día pensé, y dije, ¿cómo será que hace el resto de la gente? ¿Cómo hacen los tipos entre sí? Y ahí pensé en vos... o sea, me imaginé que vos tenías sexo con otros, cosa que no sabía, ya que casi no hablábamos...
-Etapa superada- dije yo, esquivando el consabido reproche. Ahora tampoco hablábamos mucho, pero cómo hacíamos...
-Y al principio era inocente, era más bien curiosidad, algo tan distinto a lo que estaba acostumbrado... pero un buen día, hará un año ya, sin querer me toqué la pija mientras te imaginaba, y se me paró.
-¿Sí?-
-Sí... y me sentí mal, muy mal, un perverso, pero no pude olvidarme de eso. Y a las dos noches, soñé que me pajeabas.
-Guau.
-Y me levanté muy caliente, y ya no pude volver a dormir... y al día siguiente no podía dejar de pensar en eso, y a la noche, cuando llegué a casa... bueno, me la toqué y... listo, no lo pude evitar, me hice la paja pensando en que vos me la hacías a mí... y acabé, por Dios, cómo acabé, te juro, hijo, como un animal, y cómo quise que eso fuera real.
-¿Y qué hiciste?
-Me sequé la leche, y mientras lo hacía, me sentí tan mal, tan mal, que me tomé algo para dormir y olvidar.
-¿Y por qué no te fuiste de putas?-le pregunté. Siempre me había intrigado por qué había elegido un camino tan complicado para resolver algo tan fácil...
-Lo pensé, pero ya estaba muy obsesionado. Y cada fin de semana que venías a casa, era una tortura, verte,   tan frío además, tan distante, y yo queriendo tanta cercanía, el colmo de la cercanía, qué mayor intimidad que que te toquen la pija...
-¿Y entonces?
-Busqué en Internet una solución. No quería sentir más esto, eso que pasaba, y pensé, bobamente, que en algún lugar alguien diría algo, en Internet hay de todo.
-¿Y encontraste?-le pregunté, curioso. ¿Habría una "cura" contra el incesto gay? ¿Para qué además, si estaba buenísimo?
-Hmmm... poco y berreta. Pero lo increíble es que encontré páginas de incesto gay a rolete. Y entré, y vi, y leí, r y vi cómo los padres se cogían a los hijos, y estos se la chupaban, y como todo el mundo la pasaba de puta madre... y si bien seguía teniendo culpa, supe que tenía que probar.
-¿Y cómo te decidiste a hablarme?
-Uf... pasó el Año Nuevo, volví de festejar, y ahí me sentí tan triste, tan solo... me hice tres pajas imaginando que te cogía... y ahí pensé que ya estaba, que peor la cosa no podía ser... vivir así era una tortura, y decidí hablar con vos. Si todo salía mal, terminaría en cárcel, o en el psiquiátrico, bueno, ahí vería... pero vivir en esa falsa libertad en la que estaba yo, deseando un imposible, sin saber por qué...
-Aha.
-Y un poco me jugué a que a vos te gustara. Sabía que eras gay, y bueno, por muy repulsiva que te pareciera la idea, tal vez te tentara probar conmigo. Por eso, pensé en pedírtelo como un favor, como un intercambio, mi placer por una experiencia. Sabía también que estabas acostumbrado a verme desnudo, y por eso, quise generar familiaridad...
-Valga la redundancia- dije yo, riéndome.
-Valga. Y cuando te lo pedí... uf.... nervios a morir... hasta pensé en obligarte si te negabas. Pero después supe que no te ibas a negar.
-Pero si te dije que no...
-Pero no te fuiste, ni gritaste, ni me pegaste, ni llamaste a tu madre. Nada, solamente te quedaste en la habitación, te fuiste a bañar, sabiendo que eso me provocaba, y te quedaste a dormir. Era cuestión de tiempo. El sí ya estaba. Y el resto es historia conocida.

Nos quedamos mirando el mar tras ese diálogo. El día pasó en armonía, bastante silencio. A la noche nos quedamos viendo la vieja televisión, y finalmente, tras una escueta cena, fuimos a la cama, donde tuvo a bien montarme dos veces seguidas, antes de caer dormido.

La mañana siguiente comenzó igual que la anterior, una chupada mía y una paja suya. Fuimos a la playa y nos pasamos mucho tiempo en el mar, disfrutando de la primavera y el sol. A la tarde, decidimos andar en bicicleta por los campos cercanos.

Habríamos pedaleado una hora y media, por varios caminos de tierra, hasta que llegamos a un auténtico páramo. Cañas, tierra, polvo, un granero abandonado, y muy a lo lejos, una ruta donde se veían como minúsculas manchas los autos. Decidimos hacer un alto.

-Haceme la paja- dijo sorpresivamente mi viejo.
-¿Qué? ¿Ahora?
-Sí, dale, no doy más.
-Pero... ¿acá?
-No, en el Sheraton. Dale, hacémela.
-Pero nos pueden ver.
-¿Quién nos va a ver? No hay nadie.
-Pero puede aparecer.
-Lo único que hay es la ruta al fondo, y esto está abierto, se ve venir todo.
-¿Y si aparece de atrás?
-Se escucha venir. Dale, no seas zonzo, hacémela. Parate al lado, acercá la bici, y hagamos de cuenta que estamos viendo un mapa o algo así. Perá que me bajo la malla.
-No, papá, me da miedo.
-Dale, hijo, hacemela. Yo miro si viene alguien. Si hay que cortar, salgo perdiendo yo. Por favor. Animate.

Dudé, él, tenaz como siempre, se bajó apenas la malla descubriendo su falo erecto. Me asusté y me acerqué. Se la agarré y empecé a pajearlo rápido. Me gustaba y me asustaba mucho la situación, así que preferí terminar rápido.

-Dale, viejo, terminá ya- le dije.
-Pera, tranquilo, no pasa nada. Calma, relajate. Ah ah ah.
-Shh, no jadees.
-Tch, tranquilo.

Finalmente acabó, y su esperma regó el seco suelo.

-Acá va a crecer una plantita- dijo mi padre. Me pregunto quién se creerá que es. Emprendimos la vuelta ya que empezaba a anochecer.

Esa, nuestra última noche en la playa, fuimos a un concierto en un restaurant. Al volver, mi padre compró una gran botella de agua de dos litros. Ya sabía para que era....

Al volver, y tras armar someramente el bolso, nos desnudamos, me llevó al baño, y me hizo acostar boca abajo. Él se tumbó arriba mío, y sentí su orina entre ambos cuerpos, uniéndonos cual lazo líquido y esparciéndose por el suelo del baño. Nos bañamos juntos, y concluimos la noche con tres regias folladas, dos a mí él, y una a él yo.

Finalmente, al último día, tras un glorioso 69, nos pusimos a ordenar y limpiar el enchastre que era la casa, con tanta orina, semen, preservativos y papel higiénico por doquier. Él me ofreció seguir limpiando y que yo fuera a la playa, cosa que hice.

Se me unió casi al mediodía. Permancecimos allí hasta la tarde, nuevamenente hablando zonceras, hasta que volvimos. Una nueva paja mutua rápida, una breve comida en una rotisería, y al micro de vuelta. Al sentarnos en el asiento, cómplicemente, le rocé la pija, que noté erecta. Nos sonreímos, miramos por la ventanilla el pueblo que se alejaba, y emprendimos regreso a la gran ciudad.

El verano se acercaba, y con él, las Fiestas y mi cumpleaños. Nuevas aventuras parecían esperarnos.

Hasta entonces.










domingo, 10 de junio de 2012

Abrirse a lo nuevo

Este relato es continuación de "Pajea a tu padre" y "Negociaciones".



Es de noche, invierno. Mi cuerpo desnudo yace boca abajo, tapado por la sábana y la manta. Siento una respiración cerca mío. Se oye el chasquido de una lengua. Percibo una presencia cerca de mi parte trasera. De pronto, una lengua ajena recorre, con avidez, mi culo, mientras mis nalgas son tomadas y separadas suavemente por dos manos expertas. La lengua recorre hacia arriba y hacia abajo, hacia adentro y hacia afuera, circunda mi agujero. Exhalo un leve gemido de placer. La boca ajena me besa el ano.
Se oye el ruido de un frasco. Un dedo entra en mi culo, doliendo al principio, cada vez menos. Al entrar, me masajea por dentro. Nuevamente exhalo quejas y placeres. Oigo rasgarse un envoltorio de preservativo, percibo un movimiento de desenfundar. Recibo un último beso en la cola.
Y después, el pinchazo. La vacuna. El injerto. La invasión. Ese mismo sutil dolor, que de pronto se transforma en placer. Ese mismo cuerpo ajeno, que se va adentrando en mí, ignorando la resistencia que opone el mío. Suavemente, con determinación. Hasta donde pueda llegar. Se oye un suspiro de alivio, de placer.
Miro al espejo. Mi padre y yo nos miramos. Nuevamente, él yace arriba mío, dentro mío. Su cuerpo aplasta al mío contra la cama, y lo protege también. Yo lo recibo, soy su anfitrión. Nos sonreímos, y empieza el bombeo. Lentamente, pero con nitidez. Avanza y retrocede dentro de mi cuerpo. El mete-saca. Como las olas del mar, que van y vienen sobre la arena. Observo sus movimientos, su deslizarse el pecho sobre mi espalda. Su recorrerme la cara la nuca. Su pelvis acercándose y alejándose de la mía. Su culo, libre, no amarrado a nada, moviéndose en el aire con absoluta libertad. El mío, en cambio, atado a la cama, no con cuerdas, sino a su pelvis. Me quedo quieto, recibo, espero, respondo. Cada avance me exhala un gemido de placer, cada retroceso una espera. Él propone, yo respondo. Él pone, yo recibo. 


Pasivo: que deja que las cosas pasen.
Bottom: el de abajo.

Abajo y a la espera de que algo pase. Acelera, cambiamos de posición. Cuando estoy particularmente entusiasmado, lo cabalgo, lo miro a la cara, lo beso, le salto encima. Y luego volvemos al principio, abajo y de espaldas. Él sigue trabajando, acelera, pierde un poco el control y explota en mí, relajándose y soltando su esperma (del que vengo yo) en mi culo (del cual no podrá venir nadie). Comienza a retirarse. Se tumba en la cama, cumplió su cometido. Como deferencia, comienza a masturbarme muy rápidamente. Yo exploto en un chorro salvaje, que se esparce en la cama y en la sábana (siempre olvidamos traer una toalla o papel higiénico). Relajados, nos abrazamos y dormimos.

A la mañana siguiente, se repetirá de nuevo la acción. Si la tarde está muy fría para salir, otra vez. A la noche, volveré a mi casa materna. El miércoles vuelvo a la casa de mi padre (antes iba los jueves, pero no aguantábamos cuatro días sin eso). En la semana todo es más rápido. Jueves a la mañana, una paja rápida. Y hasta el sábado a la tarde. Normalmente paseamos, vamos al cine, vemos vidrieras, cenamos. Nos aguantamos, conscientemente, retardando el momento A las once de la noche, aún en plena calle, ya estamos erectos. Que la peli termine pronto. El frío no ayuda. A la una o dos volvemos a la casa, y sin preámbulos casi, mi culo desnudo recibe un lengüetazo, y todo al comienzo...

Mi padre me coge tres o cuatro veces por semana. Si hacemos un calculo rápido, deben ser unas 25 las veces que entró en mí.

25-0. No es una competencia, es una mera estadística. Él parece disfrutarlo mucho, ¿por qué no podré yo también?

-Che, esta vez yo quisiera...- la tímida sugerencia es ahogada por varios murmullos disuasorios. Resultado: mi padre ensartándome otra vez, repitiendo obsesivamente el siguiente latiguillo: "¿Viste que te gusta?".

Otro intento consistió en comenzar a hacerle masajes por la espalda, besándosela y acariciándosela. Cuando llegué a su trasero, se puso en alerta. Cuando el dedo intento penetrar, hubo una cerrazón, se dio vuelta, y "No, a mí no". Terminó en masturbación mutua.

Tal vez no quede otra que plantearlo de frente. No va a ser fácil, lo sé.

-Me gustaría poder metértela yo también- la frase resuena fría en aquel desayuno. La ocasión no es para nada sexual, y aprovecho ese momento. En la cama, no tengo tanta resistencia, porque al fin y al cabo me gusta que me penetre, es que sólo quiero saber qué se siente...


El silencio posterior a ese enunciado confirma que se acusó recibo del mismo. Suspiro.

-¿Por qué?- me pregunta, desconcertantemente.
-Porque... -debo hilvanar una respuesta coherente si no quiero perder esta chance.- Porque... se nota que está muy bueno, y que vos lo pasás muy bien. Y quiero probar yo también, creo que tengo ese derecho.
-Vos también la pasás muy bien, así como estás ahora. Gemís de lo lindo - dice, entre prosaico y entristecido. ¿Por qué ese tono melancólico?
-Claro, y vos también lo pasarías muy bien en mi lugar. Está bueno ser pasivo.
-Podés seguir siéndolo, no me molesta.
-Te hablo en serio. Quiero probar lo otro.

Nuevo suspiro, ¿acaso se puede ser tan trágico?

-¿No te gusta como te cojo?- me pregunta.

Me sorprendo; así que viene por ahí la cosa. Una cuestión de ego. Demostrarle al propio hijo que coge como el mejor, aún cogiéndoselo.

-Nunca dije eso. Sabés que me encanta. Pero esto es algo distinto.
-¿Y si te encanta por qué no querés que lo siga haciendo?
-No es que no quiero que sigas, es que quiero hacerlo yo también.
-Pero...
-¿Pero qué?
-No sé... no...
-¿No qué? ¿No por qué?
-Preferiría que no...
-¿Alguna experiencia desagradable?- decido ir al grano. Demasiado, tal vez.
-No, cómo se te ocurre- responde indignado- Yo era hetero, bien hetero. Nunca...
-¿Y ahora qué sos?
-Ehh, eh...- ¿se asumirá como lo que es: un hombre que se coge a otro?- ¿Hay que poner palabras?
-Sí, hay que ponerlas...
-Y, supongo que... bueno, nosotros somos dos hombres, y estamos juntos...
-¿Entonces?
-Y sí, estamos teniendo relaciones homosexuales, pero...
-¿Pero?
-No sé si soy homosexual- hay una falsa firmeza en esta afirmación, que percibo claramente.
-Todo esto es para no dejarte coger, ¿no? Me decepciona lo primitivo que sos. Me decepciona, realmente. A la hora de que te pajeen, te la chupen y te entreguen el culo, sos el primero en salir a romper tabúes, pero después, cuando de mí se trata...
-No me hables así- intento de autoridad, pero ya es tarde. Me enojé.
-Te hablo como quiero, porque con esta misma boca te la chupé un montón de veces. Me usaste de todas las maneras posibles, te satisficiste como quisiste, y ahora venís a poner límites.
-Sigo siendo tu padre...
-Eso no te da derecho a romperme el orto. Más bien, lo contrario.
-Tampoco vos tenés derecho a rompérmelo a mí. Te cojo porque me gusta coger, y punto.
-¿Para vos soy un culo, nomás? ¿Tuviste un hijo para cogértelo cuando tuviera 18 años? ¿Ese era el plan?

Evidentemente, no puede responder que sí a esto.

-Sabés perfectamente que no. Yo te quiero, te quise y te querré siempre. Esto va aparte, no estuvo planeado... se dio, fue un momento... nos gustó...
-Da la sensación de que estaba bien planeado.
-Bueno... sí... hacía unos meses yo quería que pasara esto... pero antes no...
-Y cuando te pajeabas pensando en mí, ¿no se te ocurrió que yo podía querer lo mismo?
-No...- su naturalidad desconcertada no deja de sorprenderme. No se le había ocurrido, así de simple.
-¿Vos dirías que soy una mujer?
-No, claro... sos un hombre... por eso te cojo por el culo.
-Y me la chupás, y me la tocás...
-Claro...
-¿Y te sentís una mujer cuando me la chupás, por ejemplo?
-No. Simplemente soy un hombre goloso.
-¿Te gusta chupármela?
-Sí, bastante.
-¿Estarías de acuerdo en afirmar conmigo que el ser pasivo no feminiza a nadie?

Se corta la cadena de asentimientos. Sus argumentos caen uno a uno.

-Seguís siendo un hombre..- responde quedamente.
-¿Para vos ser activo es ser más masculino?- le pregunto.
-Un poco sí- reconoce- Yo siempre fui hetero. A mí me criaron con que hay meterla. Y que lo peor es que te rompan el culo. Si la metés, sos macho... Pero bueno, ahora es distinto, se enseña otra cosa, los chicos de tu edad vienen más liberales...
-No por "liberal" me dejaría de gustar probar qué se siente ponerla. Pa, tengo 18 años. En serio, quiero probar.

Nuevo suspiro. Los argumentos racionales se acaban. Sólo quedan tres opciones: o me permite estar con otra persona, o todo esto entra en una crisis de difícil salida. O se deja coger, claro.

-Yo nunca pensé que esto podía pasar...- dijo, nuevamente triste.
-Claro, se te olvidó pensar que yo también tengo deseos.
-Pensé que a vos te gustaba lo que veníamos haciendo...
-No es excluyente.
-Lo siento, necesito pensarlo... es muy fuerte todo esto... ¿podemos discutirlo en un tiempo?
-Tiempo en el que no habrá sexo entre nosotros, claro.
-Eso es chantaje.
-Pedirme que te pajee para mejorar nuestra relación también lo fue.
-OK. Tiempo para pensar, entonces.

Pasó un mes. Fue duro ese interregno, pasar de acariciarse, besarse, chuparse, pajearse, cogerse, a nada. El tiempo, que antes era corto, se hacía largo en cada visita mía. ¿Y antes de cenar que haríamos ahora, cuando antes capaz yo lo masturbaba? Ver un partido de fútbol, sin ningún interés. Bañarse solo, sin la esperanza de que nadie abriera la puerta. Dormir nuevamente en camas separadas. La siesta, leer una revista, y acordarse de qué aburrido era todo antes de que me pidiera el favor de que lo masturbara. Olvidarse de esa cosquilla en el culo que me producía su pija. Dejar de escuchar guarradas, ahora solamente la radio anodina donde un chico le canta su amor de opereta a una chica.

Pero yo no iba a insistir más. Era muy desgastante cada argumentación, cada batalla, cada combate. Tal vez esto cayera por su propio peso, pero yo prefería eso a seguir enfermándome. Yo también tenía miedo cuando el me cogió por primera vez, y lo superé, y me lo banqué, y me aguanté el dolor. ¿Por qué no él? ¿Sólo porque era "de otra época"? Qué estupidez.

Un día, en el almuerzo:

-Hijo, me parece que ya es hora de ir cerrando este tema.
-Soy todo oídos.
-La verdad, tengo mucho miedo. Son 47 años que se van al tacho.
-Es curioso que no se te hayan ido al tacho cuando se te ocurrió que tu propio hijo podía pajearte. No es la clase de pensamiento que cualquier padre tiene.
-¿Vos te pensás que yo no dudé, que no me lo planteé, que no lo pensé? Solo cuando supe que no daba más te lo pedí. Y arriesgué mucho con eso. Podría haber salido muy mal.
-Tuviste suerte, y me agarraste caliente. Podrías haber ido a la cárcel de por vida.
-Pero no fui, y ahora estamos acá.
-Después de haber cometido incesto, y haber hecho mil guarradas, te da miedo dejarte coger. Así es la situación.
-¿Está mal tener miedo?
-Yo lo superé por vos. Y me dejé, y me dolió, y todo, pero aún así lo hice por vos.
-Lo valoro muchísimo.
-No tanto como para hacer lo mismo por mí, se ve.
-Ehm... yo,... lo voy a hacer.

Se me paró el corazón. ¿Será cierto?

-¿En serio?- pregunto, incrédulo.
-Parece como que no quisieras.
-Claro que quiero- no podía dejar pasar esta oportunidad.- ¿A qué se debe el cambio de actitud?
-A que extraño mucho lo que se generaba entre nosotros. Ver fútbol, sabiendo que podrías estar mamándomela, no es divertido. Y a que tenés razón. Y aunque no me guste, creo que podemos hacerlo de vez en cuando si es para estar mejor nosotros dos.
-Ni siquiera sabés si te gusta o no.
-Lo más probable es que no.
-¿Cuándo lo probamos?
-Ahora, si te parece. Levantá los platos que voy para la pieza.

Así hice. Y me agarró miedo. El miedo lógico. ¿Iba a poder? ¿Y si no se me paraba? ¿Y si no entraba? ¿Y si se arrepentía? ¿Y si se lastimaba? ¿Me contendría como cuando el me cogió a mí? Me sentía extrañamente solo en todo esto.

Fui al baño, me lavé la cara, me saqué la remera. Entré a su pieza en calzoncillos. Él ya estaba desnudo, como siempre, boca arriba, masturbándose. Se notaban sus nervios.

-Bueno, empecemos como siempre...- dije, con una inusitada decisión.

Comenzamos a besarnos y abrazarnos. Empecé a acariciarlo muy suavemente, en la espalda y la cara. Quería darle seguridad. La que yo mismo no tenía. Se la toqué, se la agarré, empecé a sacudírsela, comencé a masturbarlo. Sentí sus gemidos de placer. Me la metí en la boca, y comencé a chupársela. Quería que disfrutara lo máximo posible antes de que lo penetrara.

-Ay, sí, hijo, sí, más, chupala, dale, ah, ah ahhh..
-Hmmm, ¿te gusta, papá?
-Hmm, sí, sí, no pares, sí, más, más adentro en la boca, dale, cometela toda, ah ah ahahhha.
-Hmm, hmm.

Comenzó a masturbarme, suavemente. Me estaba ayudando.

-Date vuelta- le pedí.

Hubo una breve hesitación, que yo ayudé a disipar empujando su cuerpo desnudo con las manos. Quedó boca abajo. Pasé la lengua por su espalda, masajeando también su cuello. Le resoplé al oído.
Toqué sus nalgas, las amasé en mis manos, las rodeé, las sobé, las manoseé. Bajé la cara y le di un sonoro beso en la nalga. Lamí sus nalgas con la lengua. Me metí un dedo en la boca, lo chupé bien, y lo llevé a la línea del culo. Separé un poco sus nalgas, e intenté meterlo en el culo.

-Despacio, por favor- me pidió, aterrado.
-Te voy a cuidar, papá- dije. ¿Ese era yo hablando, con tanta seguridad? ¿Yo tomaba las riendas de todo esto?
-Ponete lubricante, por favor.- Me pareció justo el pedido.

Abrí la botella de lubricante, unté una buena cantidad en el dedo, y volví a intentar penetrarlo. Como había mucha resistencia, opté por hacer masajes circulares, mientras retornaba a los besos, los suspiros, y las caricias.

-Abrite, pa, te va a gustar...- mi voz era un suave murmullo tranquilizador.

Hice un poco de fuerza, y conseguí meter el dedo. Su culo estaba muy apretado, y al principio me dolió en el dedo. Antes que sacarlo, preferí meterlo más, hasta el fondo.

-Ay, despacio- se quejó.

Comencé nuevamente con los masajes circulares, como me había hecho él a mí al cogerme por primera vez.

-¿Te gusta?- le pregunté-
-Duele un poco. Sigo con miedo, pero aguanto. Te amo hijo.
-Yo también te amo papá. Quiero hacerte el amor.

Mágicas palabras. Su culo empezó a aflojarse. La tensión en el dedo se liberó, y pude empezar a meter el segundo dedo. Había que hablar de amor, nomás. Eso también era muy fuerte, pero ahora me urgía otra cosa...

Le metí el segundo dedo por el culo. Empecé a simular un movimiento de mete-saca con ellos. Comencé a gemir. Hoy era mi día.

-Quiero ponértela. Perdón, estoy muy caliente, papá, quiero cogerte.
-Ahí está el preservativo y el lubricante.
-Ehm...pa... ¿me ayudás con el preservativo? Nunca me puse uno...- temí que todo se cortara.

Rio con ganas.

-Vaya una manera de enseñarte. Vení, traé la pija para acá.

Lo hice. Desenfundó el preservativo, me lo puso en la pija con lentitud, como mostrándome. No había registrado mucho, pero ya estaba. La segunda vez sería mejor, sin duda. Me puse lubricante sobre el preservativo. Abundante cantidad. Lo miré, y le hice gesto de darse vuelta. Obedeció.

-Ay, me voy a dejar romper el orto- dijo, plañideramente.
-Te vas a dejar, te va a gustar, y vas a pedir más.
-Cuidá las formas, pendejo, respetame que soy tu padre.
-Un litro de leche te debo haber tragado, "padre".
-¿Y? ¿No la ponés?
-¿Me estás provocando? ¿Querés que te viole?
-Te estoy dando ánimo, pedazo de puto. Necesitás culearte a tu viejo para sentirte hombre.
-Andá, viejo puto. Te hacés el vivo con tu hijo, ¿Por qué no te agarrás un tipo grande si te animás? Con un pendejo cualquiera puede.
-Rompeme el orto si podés.

Me encantaba este diálogo, pese a su aparente agresividad. Descomprimía la situación. Llevé mis caderas hasta su cola, endurecí la pija, la apoyé contra la línea. Respiré hondo. La tomé con las manos, y empecé a empujar.

-Respira hondo, viejito, respirá hondo- le sugerí.

Comenzó a inhalar y exhalar profundamente. Seguí empujando. La cabeza chocaba contra el esfínter. Decidí seguir empujando hasta que entrara.
Dos minutos después, sentí que se abría la pared. La cabeza de mi pija entró en su culo estrecho. Hermosa sensación...

-Ay, me duele, me duele- se quejó mi padre.
-Aguantá, aguantá. Esto recién empieza. Después se pone mejor.
-Uf...

Ya con más confianza, seguí empujando. El tronco comenzó a desaparecer en su culo. Yo me sentí más cerca suyo, le besé la nuca. Supe que le tenía que tocar la pija para complacerlo. Lo hice.

-Ah, ah ah- suspiró.
-¿Te gusta?
-Duele bastante, me cuesta aguantar. Pero a ver, ya que estamos...

Comencé a moverme, tal como lo hacía él conmigo. Adelante y atrás. La sensación era única, increíble, alucinante. Qué rico era cogerse a alguien.

-Uh, oh, ah, más más- dije.
-Ah, ah, sí, sí, hijo, sí, no es tan terrible. Duele, duele, pero se soporta. Sí, sé feliz, más. Más, dale, cogeme, hacete hombre, dale que eso querías.
-Ah ah ah, sí, te gusta, te gusta, dale, no mientas. Más, ay si, más, papá, papá, más, uh, como te cojo, sí, ah ah... esto es maravillosos, sí.
-¿Viste lo que se siente?
-¿Qué sentís vos?
-Cosquillas, me meo encima, me cago encima, me siento un flor de puto, sí, putísimo, pero me gusta... cogeme, hijo, cogeme.
-Ponete en cuatro que te cabalgo, como cuando chico, sí.

Eso fue la gloria. Mi viejo se puso a gatas, y yo empecé a ensartarlo por atrás, al ritmo con el que jugábamos cuando yo era chico, y él hacía de caballo. Caballo, ja... quince años después, esto pasaba...

-Oh, oh, uh, sí, más, más, dale, más, no pares, ah, seguí, mové el culo. Ah, ahah cogeme, te cojo, más, sí, sí, por atrás, sí, dale, ah ah aha hah, uf...- los gemidos se entremezclaban. Lujuria total.

Volvimos de a poco a la posición original. El clásico misionero. Yo seguí ensartándolo, ahora sí, fuerte. Estaba por acabar.

-Ah, pa, voy a acabar, ah ah ah.
-Sí, hijo, sí, dale terminá de una vez, sí, sí, ah ah aha.
-Ah ah ah aha aha ahhhhhhhhhh.

Exploté de pronto en sus fauces, loco de placer, retorciéndome como una anguila. Esto había sido lo máximo, bien valía la pena. Dejé reposar dos minutos, y comencé a retirarme. Salió el preservativo lleno de mi leche.
Me tiré en la cama boca arriba a tomar aire. Miré a mi padre, seguía boca abajo, respirando pesadamente.

-¿Estás bien?- le pregunté-
-Sí.... fue muy fuerte, esto.
-¿Querés que te ayude a terminar?
-No, no hace falta... dame dos minutos para que me recupere...

Nos quedamos así. Mi padre de pronto comienza a masturbarse, mirándome.

-Te ayudo- le dije.
-No hace falta. Hoy descubrí que no soy más hombre por tenerte pajeándome. Puedo solo.

Me pareció raro el argumento, pero si él quería... Siguió pajeándose hasta que, a punto de terminar, dirigió su pija hasta mi pecho. Los chorros de semen me golpearon en las tetillas. Yo, feliz.

Volvimos a tumbarnos, agarrados de las manos.

-Ahora sí está todo superado, ¿no?- dije.
-Sí. Creo que podemos empezar a hablar de otras cosas.
-¿Cosas como qué?
-Cosas como...amor.
-¿Me estás prometiendo matrimonio?- le pregunté riéndome.
-Jajaja, no... pero bueno, acá pasa algo, ¿no?
-Nos queremos mucho. Y cogemos, lo que no es menor.
-¿Qué vamos a hacer con esto a lo largo del tiempo?
-Seguir... hasta que por alguna razón, ya no.
-Qué solución tan simple. Me gusta igual. ¿Relación abierta, entonces?- me propuso.
-Relación abierta... aunque sin terceros a la vista.

Ambos nos reímos, y nos tomamos de la mano. Fuera, en la incipiente primavera, se oía a los pájaros cantándole al sol de la tarde.















lunes, 27 de febrero de 2012

Negociaciones

Tras esa mítica tarde de enero en la que masturbé a mi padre por primera vez, las cosas no volvieron a ser iguales. Lo que en principio me había sido pedido como un favor, devino una costumbre, ¡y con qué asiduidad! Ese mismo día, lo masturbaría otra vez. Pero desde el día siguiente, serían tres, cuatro, y hasta cinco las veces diarias que mi mano se posaría sobre su pija, mis muñecas se moverían, y él terminaría explotando en chorros de semen que se hacían más tenues y finos a medida que se acumulaban las pajas. No pude dejar de admirar la vitalidad de ese hombre de 47 años, que siempre parecía querer (y poder) más. La cosa siempre empezaba con él agarrándome desprevenido, hablándome al oído y diciéndome "¿No querés hacerme feliz?". A lo cual, yo oponía una resistencia que era de principio nomás, comenzábamos a besarnos desaforadamente, nos sacábamos la ropa (si es que la llevábamos puesta), y comenzaba a pajearlo frenéticamente, hasta que acababa, ahíto de placer  y lujuria. ¿Y yo?
Esa pregunta comenzaría a hacerse cada vez más insistente a medida que se sucedían las sesiones de pajas. En principio, después de cada paja, nos íbamos a hacer otras cosas. Hay que tener en cuenta también que no todos los días nos veíamos; yo seguía viviendo con mi madre. Si bien logré convencerla de pasar más días y más tiempo con mi padre. Al principio ella se opuso; le molestaba bastante esta mejoría de la relación con mi padre, ella quería seguir siendo mi preferida... no obstante, lo aceptó. Jamás imaginó qué había detrás de toda esta súbita mejoría. Si bien es mujer muy inteligente, es bastante ingenua para algunas cosas. Y además, ¿quién podría imaginarse esto?
Pero hablábamos de las pajas. Luego de cada lechazo de mi padre, yo iría al baño, o me quedaría en mi habitación, y me masturbaría solo. No me desagraba, pero empecé a querer algo más. Si lo uno era posible, ¿por qué no lo otro?.
Un día se lo planteé de frente:
-Podrías devolver el favor, ¿no?
-¿Eh?- contestó sorprendido. Hacía dos minutos había acabado.
-Ya sabés. Hacerme la paja.
-¿Te parece?
-Mirá qué caradura. Claro que me parece.
-Uy, no sé... es... qué sé yo.
-Es lógico. Y justo. Corresponde.
-Me da cosa...
-Podrían darte ganas, para variar.
-No me gusta.
-¿Perdón? ¿Probaste alguna vez? - sabía de sobra que no. Era un argumento ganado.
-No, pero...
-¿Y entonces cómo sabés?- me sentí una madre convenciendo a su hijo de que coma verdura. Bueno, a decir verdad, no era tan distinta la situación...
-¿Porque como lo voy a hacer?
-Fácil. Ponés tu mano en mi pija...
-No me refiero a eso...
-¿A qué te referís?
-Soy tu padre-. Lo dijo con tal seriedad que casi me la creo. No obstante, tras dos segundos, no pude evitar estallar en una carcajada. Sí, era mi padre, ¿y? Los litros de semen derramados en estas semanas se mofaban de tal obviedad. El argumento era tan malo que supe en ese momento que tenía ganada la batalla.
Mi padre también advirtió eso, y decidió cambiar de estrategia.
-Está bien, te la hago. Pero vos me la chupás. Hace ratito que vengo con eso dando vueltas.
-OK. Vos me pajeás primero, y después, te la chupo.  Vos a mí también, claro.
-Eso lo vemos.
-No vemos un carajo. Es así.
-No te pongas en difícil, porque no te pajeo un carajo y te quedás con las ganas.
-¿Y si yo dejo de pajearte qué pasa?
La amenaza de un "paro" mío lo asustó. Vi el miedo en sus ojos. No podía darse ese lujo de prescindir de mí.
-Está bien, está bien. Abrí la boquita, hijo, que te la meto- Súbitamente, se agarró del borde de la cama, y avanzó la cadera hasta mi cara. Mi boca permaneció cerrada.
-Qué feo denigrar la inteligencia de tu hijo. Primero, manos a las obra- le dije riéndome.
Mi padre suspiró. Nunca había tenido autoridad sobre mí. Menos mal, en cierto sentido. A mí me gustaba que todo esto fuera consentido (y con sentido).
-OK, guachito. Dale, acostate que te la hago.
Me acosté. Él se sentó. Suspirando, me la agarró con miedo, como si fuera una serpiente. La acarició un poco, tocó la cabeza (eso me dio cosquillas) y empezó a mover la mano con regularidad, ni rápido ni lento.
-Oh oh ohhhh, oh, ah, ah ahhh, ahh. Dale, dale, seguí así, más, más, dale, viejo puto. Seguí, dale, papá, demostrame que me querés. Dale, demostrámelo.Más, más, más, ¿no amás a tu hijo? Dale, probámelo haciéndome la paja, ay sí, sí síiiiiiiiiiiiii. Ah ah ahhhhh
Habrá tardado unos diez minutos, al cabo de los cuales exploté como un animal. ¡Ah! qué rica sensación. Con razón tanta adicción de su parte. Cuand recuperé mis facultades mentales, alteradas por el orgasmo, vi a mi padre. Sonreía apenas, mirándome.
-¿Te gustó?- le pregunté bastante provocativamente.
-No está mal. Claro que comparado con la chupada que me vas a hacer...
-¿Tanto te cuesta reconocer tu homosexualidad?
-Soy un hombre de la vieja escuela- dijo, haciéndose el formal. Puse los ojos en blanco.
Fuimos a bañarnos. Tras una larga sesión de besos, bajo la ducha, y de secarnos compartiendo la toalla, volvimos a su cuarto. Cerró la puerta. Precaución inútil, nunca nadie entraba a esa casa. Pero bueno, la culpa no es algo tan fácil de manejar...
-¿Cómo hacemos?- pregunté inquieto. Esto era nuevo.
-Es simple. Te voy a dar la merienda -profirió una risotada- Hablado en serio, es fácil. Sentate en la cama, así estás más cómodo.
Lo hice. Él se quedó parado, vino hasta el borde de la cama. Puso su pija erecta a escasos centímetros de mi cara. Me sonrió cómplice.
-Esto es como el dentista, tenés que abrir la boca. No hay otra forma- Tenía razón. Yo estaba muy nervioso.
Abrí la boca. Él se acercó. Puso la cabeza de su pija entre mis labios.
-Dale un besito. Y chupame la cabeza con la lengua, moviéndola. Eso, asíiiiii- miró al techo extasiado con mis primeros movimientos.
Estuvimos así unos momentos, hasta que decidió metérmela toda. Entró casi toda, ya que no era muy larga. Yo estaba sorprendido, era la primera vez que lo tenía tan cerca. Su panza chocaba contra mi nariz, y los pelos se enredaban con mi incipiente barba. Instintivamente, puse mis manos en sus nalgas. Nalgas no muy bien formadas, pero con algo de carne, igual. Me hacían acordar a panecillos redondos. Él puso una mano en mi cabeza, acariciándome el pelo, y comenzó a mover la cadera.
-Ah, ah, ah, más, ah, sí, ¿te acordás cuando papi te daba la lechita antes? Bueno, ahora es producción casera. Sí, sí, qué bien la chupás, ah, más, mas, hmm, hmm, um , ah, um...
Él gemía como un poseso. Más que de costumbre. Pero no había cuidado: la ventana y la persiana, como siempre, estaban rigurosamente cerradas. Máxima seguridad. Yo lo envidié un poco. No podía gemir, simplemente tenía la boca llena. Eso me excitaba más todavía.
Durante unos 20 minutos, siguió cogiéndome por arriba. A mí me encantaba, no pedía más. Estaba en la gloria. Él también. Éramos unos cerdos, sin duda.
-Ah, ah, ah, ahhh, más, más, hm, hm, hmmmmm
Abrí los ojos, y vi que él me miraba. Estaba por terminar. Eso no había sido planteado. ¿Adentro o afuera? ¿Tragar o escupir? La misma duda se apoderó de los dos. Lo sujeté más fuerte de las nalgas, dispuesto a lo que viniera. No era lo que me hubiera gustado, pero ya estábamos. Él lo advirtió, y se hizo para atrás, sacándola. Por un momento, me sorpendió poder respirar por la boca, me sentí extrañamente hueco. Él comenzó a pajearse y. a los cinco minutos terminó en mi pecho.
-Ah, ah, ahah, ah ohhh, ahhhhhhhh- dijimos los dos, exhaustos y llenos de adrenalina. Qué fuerte que había sido la situación.
-La próxima va adentro- me advirtió él.
-Veremos, veremos- le dije yo, risueño. Me encantaba este juego de negociación permanente con él. Acaso más todavía que la práctica sexual en sí.

Los meses pasaron. Del furor de las pajas, pasamos al furor de las mamadas. Ambos seguíamos con nuestras vidas normales. Solo que, claramente, más felices. Yo había dejado de preocuparme buscando a mi príncipe azul en oscuros chats. También elegía mejor a mis amigos. Ya tenía algo seguro en mi propia casa, no necesitaba arriesgarme por cualquiera. A él también le había mejorado el carácter. Le venía bien mi ayuda.
En esos meses, gané sorprendentemente rápido la batalla por que él me la chupara. La primera vez que se lo pedí, alegó estar cansado. La segunda, cuando empezó con lo mismo, comencé a acariciarle provocadoramente la cabeza. En cinco minutos, ya se la estaba comiendo. Y nada mal. Con mucha más dedicación que las pajas, que eventualmente conseguía arrancarle. Me hizo acabar como un animal. La tercera mamada que me hizo, incluso, aceptó tragarse mi leche. Se ve que lo suyo pasaba más por lo oral. Claro que yo también ya me tragaba su semen. A veces, incluso, reemplazaba el desayuno o la merienda por ello.
-Menudo ahorro en yogurt me estás permitiendo- decía. No dejaba de ser cierto. Con una cucharada de azúcar, compensaba lo amargo del sabor, y listo.

El Día del Padre se acercaba. Un día, mientras lo pajeaba, me tomó en sus brazos, me acostó boca abajo en la cama, y se echó encima mío. Comenzó a jadearme en el oído, mientras se restregaba contra mi culo.
-Quiero metértela- declaró, con la mayor naturalidad de que fue capaz. Esto implicaba otra batalla, y él lo sabía.
-No, no. Imposible. No quiero.
-Pero vos sabías que esto iba a pasar. No soy de madera, aunque tenga un palo.
-Pero me va a doler...- dije. Sabía desde el principio que tenía las de perder.
-Un poco sí. Pero bueno, hay qué hacerlo.
-Mirá que acá todo es con mi consentimiento
-Sí, claro. Con el mío también, ¿eh? Nunca te obligué a nada- dijo dolido, y separándose de mí. Era claro que esa paja no terminaría.
-No quise decir eso. ¿Pero tiene que ser ahora? No me siento preparado.
-Yo sí. No te preocupes. ¿Alguna vez te descuidé? Te amo, sos mi hijo. Te voy a cuidar. Hay formas de reducir el dolor, de prepararte.
-¿Y vos cómo sabés que no duele?
-A las mujeres no les duele tanto- dijo con naturalidad. La referencia heterosexual me descolocó.
-¿Y por qué no al revés, eh? Digo, si no es tan terrible...- esto era un manotazo de ahogado.
Me miró serio. Me pareció que comenzaba a enojarse.
-¿Siempre vas a salir con lo mismo? Estoy un poco cansado de tener que proponer e innovar siempre yo. Nunca una iniciativa tuya.
-Tenemos iguales derechos, te recuerdo. Así es la homosexualidad. Y además, yo tengo iniciativas, pero me las frenas siempre. Dos meses para que me hagas una paja. Yo tardé dos días.
-Tenemos iguales derechos, pero distintas experiencias. A veces sos muy arrogante. Hace 30 años que tengo sexo, y tengo experiencia y sé lo que digo. Me gusta ponerla, y no quiero dejar de hacerlo.
-Siempre tenés otras personas...
-Vos también, ¿eh? Nadie te obliga, te aclaro.
Nos quedamos mirando. Ninguno creía seriamente en las otras personas. Esto había que resolverlo entre nosotros.
Mi padre volvió a tomar la iniciativa.
-Parece que lo que más miedo te da es lastimarte y que te duela. Es lógico. Pero yo, como médico que soy, te puedo decir que es muy rara la posibilidad de que algo pase. Y puedo investigar formas para que te duela menos y sea más seguro.
-Nuevamente, la ciencia y la medicina en tu favor. Claro, como yo estoy en la secundaria, qué sé yo.
-¿Si te traigo un estudio científico que lo demuestre, lo hacés?
-Trato hecho. Investigá y traeme algo sólido. No algo que hayas escrito vos. Algo independiente. Ahí vemos.
-Bárbaro. Es hora de irte a casa de tu madre- me recordó. Tenía razón, ya era de noche.

Pasaron dos o tres semanas. En ese tiempo, nuestra sexualidad disminuyó mucho. A lo sumo, lo habré pajeado una sola vez. Nos seguíamos viendo, pero ya no se daba la química sexual de antes. Tampoco hablábamos mucho del tema. La relación era cordial, incluso empezamos a salir más que antes, pero no era lo mismo. Ambos sabíamos que no era grave. Era un impasse. Algo tenía que resolverse antes. La pelota estaba de su lado.

Dos días antes del Día del Padre, yo aún no le había comprado regalo. ¿Correspondía? Estaba desorientado. ¿No era suficiente regalo mi cuerpo? ¿Era un padre, así, con todas las letras? ¿O algo más? Le mentí a mi madre diciendo que le había comprado un sweater. Rechacé su oferta de pagármelo. No me sentía bien robándole a mi propia madre. Decidí esperar, siempre le podía comprar algo después, al fin y al cabo, es una convención comercial eso del Día del Padre.
Ese día, fui a su casa. Me recibió bastante más animado que antes. Presentí algo....
-Mirá lo que tengo- me dijo, señalando una parva de papeles en la mesa. Vi de reojo que se trataba de una publicación en una revista. Lo miré.
-Léelo tranquilo- me dijo. Lo miré con ternura mal disimulada. Era cierto. Y además, se notaba las ganas que tenía de hacerlo. Me sentí un poco culpable.
Leí la publicación. Era aburrídisima. Hablaba en general de trastornos anales, tales como cáncer, fisuras, traumatismos, hemorroides. Tenía un apartado donde hablaba de las relaciones sexuales. Al parecer, no era tan terrible. De hecho, ni siquiera era perjudicial. Había también un folleto de una organización de salud, desmitificando los peligros del sexo anal. Y había una guía de Internet, evidentemente para novatos, donde de forma muy divertida explicaba cómo cuidarse. Las hojas de papel me animaban a intentarlo. Lo miré. Me besó, me abrazó, y me dijo:
-Lo hacemos por atrás, ¿no?- Asentí.

Llegó el Día del Padre. Decidí invertir en invitarlo a cenar. A un lindo lugar, acorde a la ocasión. Era mi forma de lavar culpas por haberlo hecho esperar, también. Volvimos a la casa, ya en el ascensor besándonos. Lentamente, nos fuimos sacando la ropa hasta su habitación. Prendió una vela. Me pareció un poco cursi, pero estaba bien, era su día. Comencé a masturbarlo muy lentamente. Él, deseoso de complacerme, comenzó a mamármela. A los diez minutos, me hizo dar vuelta y quedé boca abajo en la cama. Oí ruidode un frasco, y para mi sorpresa, empezó a esparcirme crema chantilly en la línea del culo. Comenzó a chupar ávidamente. Lo miré sorprendido.
-No sabía si me iba a gustar, por eso...- dijo, excusándose. Morí de la ternura.
Siguió chupando bastante desenfrenadamente, metiéndome la lengua cada vez más adentro. Sentí un extraño espasmo, incalificable de placer o dolor. Era algo nuevo. En cierto momento, aparta la cara, y abre otro frasco, más pequeño. Yo seguía de espaldas. De pronto, un dedo intenta penetrar en mi culo. Por instinto, me cerré. Él paró un segundo, y luego insistió.
-Ay, me duele pa, me duele- dije.
-Shhh, tranquilo. Tranquilo. Es normal. Vamos de a poco.
De pronto, el dedo penetró mi esfínter.
-¡Ay,me hago pis, me hago pis! ¡Perá que me meo!- dije asustado.
-Tranquilo, jajaja. Es normal. Siempre pasa. Al principio, las primeras veces. Después te acostumbras.
-¡Pero es en serio!
-No es en serio. Y de última, si te meás, cambiamos las sábanas y listo. No pasa nada, no me enojo. Sé que esto puede pasar y estoy acá con vos. Para que lo disfrutemos juntos.
Las palabras de mi padre, junto a sus besos en el cuello, el oído y la espalda, me fueron relajando. Pronto la sensación se fue calmando. Mi padre comenzó a masajearme la próstata, y eso me generó placer, aunque seguía doliendo. Empezó a meter un segundo dedo.
-Ay, es mucho- protesté. Me sentía mal protestando tanto, pero prefería eso antes que lastimarme.
-Mi pija mide dos dedos y medio, tiene que acostumbrarse el culo. De a poco- repitió inflexiblemente.Pronto el dolor disminuyó a un nivel aceptable.
Mi padre sacó los dos dedos. Me di vuelta. Lo vi desenfundando un preservativo. Como hijo de médicos, sabía que el forro era sagrado a la hora de tener sexo. Me parecía bien que mi padre respetara eso dentro de la familia. Y dentro mío también. Se untó más lubricante sobre el preservativo ya puesto. Me hizo una seña para que volviera a quedar boca abajo. Lo hice. El corazón me latía a mil.
-Acá vamos- dijo él. Me sorprendía su calma.
La cabeza de su pija empezó a empujar contra las paredes de mi agujero. La endureció un poco con la mano, y empezó a arremeter. Pronto comenzó a entrar. Sentí un dolor que, si bien no era terrible, no podía ignorar. Contraje los labios, y se me llenaron de lágrimas los ojo. Lo miré desesperado. Él entendió mi mirada.
-Gritá tranquilo, si querés- dijo, poniéndome una mano como mordaza en la boca. Aproveché ese alivio, y me descargué gritando contra la mano, que tapaba el ruido e impedía que nadie escuchase.
Mi padre finalmente fue penetrando en mí, hasta meterla toda.
-¡Ay, me cago!- dije otra vez instintivamente. Ya no dolía (tanto), pero otra vez esa sensación...
-Tranquilo. No te vas a cagar porque mi pija impide que salga nada. Y si te cagás, cambiamos las sábanas.
Me tranquilicé. Mi padre comenzó a moverse, acostado sobre mí. Miré hacia el espejo. Mi cara era una mezcla extraña de sentimientos. Él, en cambio, sonreía incontrolablemente. Le gustaba.
-Ah, ah, ah, sí, hijo, sí, dale, más, hmm, ah, qué rico, sí, por favor, más.
-Papá, ay, papa´, sí, más... más lento... más rápido... pará... seguí, ahhhhhh, ahhhh, uhhh, ehhh, ohh, mggmg,, ah, shsh, ah ahah
-Ponete en cuatro- me pidió. Lo hice. Comenzó a cogerme arrodillado mientras yo me dejaba en cuatro. Miré al espejo. Ahora sonreíamos los dos.
-Ah ah ah, oh, oh, sí, más, unm, qué rico, qué bueno, seguí, eso sñi, dale, por Dios, sí, sí síii ahhh- los gemidos se entremezclaban. Me puso de lado, siempre mirando al espejo. Se puso de lado atrás mío, y siguió bombeándome bastante rápido. Yo lo miraba alternativamente a él, a su pelvis chocando contra la mía, y al espejo. Me besaba el cuello, me lamía la cara, y me guiñaba al ojo al espejo. Nunca olvidaré su hermosa sonrisa de felicidad completa.
A la media hora, volvió a ponerme boca abajo.
-Es mi posición favorita. Muy vieja escuela- dijo encajándome un sonoro beso en la boca.
-Ah, ah, ah, oh, oh oh, sí, sí síu síi, egh eh eh, síii, sí sí síiiiiiiiiiiii, ah ah aha hhhhhhhhhhhhh. Más, más mássssssss, ah ahahahahh.
Lo noté rígido, y de pronto se desplomó encima mío. Sentí su corazón latiendo desbocadamente. Respiraba muy pesadamente. Miré al espejo. Tenía una cara de éxtasis pleno. Había acabado dentro mío.
Nos quedamos dos minutos así, recuperando el aliento. Me da un beso en la nuca, me separa la cadera de la cama, y toma mi pija en su mano. Me sentí morir, esto ya era demasiado. Comenzó a masturbarme muy velozmente. Pese a que prácticamente no tenía estimulación previa, de pronto sentí un potentísimo orgasmo venir.
-Ah ah ah, seguí seguí, dale, papá, ay ay ay... ahhh oh ahh ihhh- En tres minutos exploté desbocadamente en su mano. Él todavía la tenía dentro mío. La sumatoria de ambas fuerzas era demasiado irresisitble. Comencé a retorcerme lo poco que me permitía su cuerpo encima del mío. Fue el orgasmo más largo e intenso de mi vida hasta entonces.
-Ahhh- dijimos, tomando nuevamente aire. Él comenzó a retirarse. Mi culo sintió un extraño vacío repentino. Miré a su preservativo. Estaba limpio.
-¿Viste que no te cagabas?- dijo riéndose.
-Vi.
-¿Querés ir al baño?
-No. Solo quiero quedarme acá. Con vos. Besándote, papá. gracias por tanto.
-Gracias a vos hijo. El mejor regalo del Día del Padre. De lejos.
Nos quedamos abrazados en la cama.
-No me vengas con que querés reciprocidad, porque acá no va a haber- me dijo, de pronto. Lo miré. Cierto brillo burlón en sus ojos demostraba que era broma.
-Como vos digas. Esta fue nuestra única vez, entonces. Espero la hayas disfrutado- dije, siguiéndole el juego.
-¿No va a haber más?
-Entregá el culito, viejo. Tus demostraciones científicas demuestran que no pasa nada.
-¿Para eso las querías, no? Mirá que sos pillo.
-Tengo un padre que hace meses viene quemándome la cabeza con tener sexo. Tengo que sobrevivir.
-Me parece bien. Defendete en la vida. Aunque no con mi culo. No se toca.
-¿No?
-Me encanta ponerla. Lo disfruto mucho. Deberías tenerlo en cuenta.
-Estás con un tipo. No con una mina. Deberías tenerlo en cuenta. Si ponerla está tan bueno, quiero yo también.
-OK. 4 a 1. Yo te la pongo 4 veces, vos una. Trato justo, ¿no?
-Veremos. Si no, hay huelga, eh- amenacé.
Me miró sonriendo y me dio un largo beso.
-Me encantan estos juegos de negociaciones con vos. ¿Sabés por qué? Porque ganamos los dos.
-Como debe ser- le dije yo, mirándolo, y acariciándole la pija. La vela se apagó. Nos besamos, y nos dormimos abrazados.