miércoles, 27 de mayo de 2020

El torneo

Aguanto, contra la cama, las embestidas. Siempre abajo, abierto, a merced. El cuerpo quieto, recibiendo, reaccionando; el otro cuerpo móvil, activo, dando, haciendo. Un ritual. El de siempre.

Mi padre se mueve encima mío, yo gimo como si no hubiera un mañana. Abajo, contra el colchón, me abro, aguanto, me dejo. A veces me duele, siempre me gusta. Siempre, siempre.

Pero esta vez es distinto. No su movimiento, no su regio follarme, no su orgasmo, no mi apertura. No; lo distinto viene después.

Se zafa de mí, ya aliviado, ya eyaculado. Se tiende a mi lado, me abraza y me besa. Otro hombre carraspea.

Aquí lo nuevo: Ricardo y Mario nos miran. Vinieron a casa, invitados, en principio, a mirar. Tienen unos pocos años menos que mi padre, bastantes más que yo. El contacto lo hizo mi padre, nunca me dijo cómo.

Ricardo y Mario miran. Están vestidos, viéndonos desde esa seguridad. Los expuestos somos nosotros, a la carne, a la desnudez, al pecado, a la curiosidad, al morbo. Ricardo y Mario son amigos, no son pareja, ni familia, creo que ni socios. Parecen heterosexuales.

Mi padre y yo nos recuperamos cinco minutos. Les hace un gesto con la cabeza. Como esperando ese permiso, empiezan a desnudarse. Muy lentamente. Con profesionalidad. Viene Ricardo a mi lado de la cama, Mario va al suyo. Pienso qué extraño: Mario claramente es un dominante, Ricardo es más como su par. Claro, quizás precisamente es por eso. Lo que tiene que hacer Mario es muy fuerte, y sólo el puede ser el primero. Yo admito rivales con menos experiencia.

Nos dan vuelta, no nos dicen mucho. Quedamos lado a lado, ambos boca abajo, en la cama. Nos chupan el culo. Sin excesiva pasión, casi como un protocolo. Ricardo me mete un dedo; Mario hace lo propio, aunque con más cautela, y casi que con más respeto. Mi padre aguanta, mandíbulas apretadas. Juegan un poco así, con sus dedos y nuestros culos.

Nos ponen más lubricante. Se ponen un forro. Se acercan. Posicionan sus vergas frente a nuestros culos. Disparan. Fuego.

Ricardo me entra fácil, casi sin objeciones. Mario tiene que ser más heroico. Penetra a tope, a fuerza, a voluntad, sin dudar, no puede siquiera un segundo, tiene que hacer un personaje. Y vaya si lo hace. Mi padre, justo es decirlo, hace otro. Resopla enrojecido aguantando la puñalada, pero logra no emitir sonido. Eso sí que es entrega, no la dilatación rápida que le ofrezco yo. Me pregunto si estará erecto.

Nos cogen, así, lado a lado, ellos arriba, nosotros abajo. Imitan lo que vieron. Mi padre mostró, y ahora ellos hacen. Yo soy universal, el está situado.

El que empieza a gemir soy yo. Al principio me da timidez, hay mucho silencio. Pero me animo, mejor dicho, me sale, yo soy así, a cada pijazo una palabra.

-Oy, oh, ah, sí, sí, así, más, ay, ay, ah ah ah...- en un principio no sé qué decir, así que solo gimo.

-Ssss, hhhh, pppp, tttt, tssss, ffff... - mi padre solo emite consonantes. Es su manera de dejar claro lo que los cuatro sabemos, y en definitiva, por lo que estamos haciendo esto: a él le puede pasar lo mismo que a mí, pero él siempre me lo va a hacer a mí. Antes y después de esto. Su pija y mi culo van a seguir siendo.

Ricardo y Mario hacen en silencio, como máquinas. No comentan entre sí, no se miran. Creo que en realidad, miran la pared frente nuestro. Quizás Mario está más pendiente de mi papá por una cuestión de prudencia, porque sabe que no es usual lo que mi papá se está dejando hacer. Ricardo, creo yo, funciona en automático. Soy una posición, nada más.

Ricardo acaba un poco antes, dentro mío. Gimo para festejar su orgasmo, muestro mi entusiasmo receptor. Mario contemporiza su propio ritmo, da algunas embestidas más contra mi padre y acaba en silencio. Se hace un profundo silencio. Salen de nuestros cuerpos. Se van al baño.

Mi padre y yo nos recostamos, lado a lado, nos agarramos la mano, él me acaricia la cabeza, yo lo beso en la boca. Nos queremos tanto, a nuestra manera particular.

Quince minutos es lo que Mario y Ricardo consideran apropiado para nuestra recuperación. Vuelven a la habitación, desnudos, cambian de lado. Vamos a ser intercambiados.

Nos dan vuelta. Las manos de Mario tienen algo superior, algo que ni las de mi padre tienen: ordenan, dan sentido. Las de mi padre son juguetonas, a veces hasta torpes, se les nota la lujuria. Le gusta coger conmigo, es su oficio, su experiencia. Pero es personal. Mario no. Mario uniformiza, me hace lo mismo que a él, que a tantos otros, quién sabe si a Ricardo no se lo hará, seguramente, esto es parte de esa escalada, de hito supremo, Mario cogiéndose a Ricardo, un macho, finalmente, montando a otro.

Nosotros somos una estación intermedia en esa deriva. Por eso primero Mario a mi viejo, y Ricardo a mí; en la diferencia de quienes son cogidos se cifra la diferencia de los cogedores; incluso, la posibilidad de un cogedor más supremo aún. A veces en el porno se ven estas cosas.

Como ahora ya quedó claro quiénes somos, hacemos y recibimos los cuatro, este tour puede ser más relajado que los dos anteriores. Mario es afable conmigo, me trata bien, va lento, sabe el esfuerzo que hice, lo que estoy viviendo hoy, la apertura completa que tuve; abrí mi vida, mi deseo, mi secreto, mi amor, mi culo. No hay nada que quede por descubrir de mí; por eso Mario me trata con respeto. Siento que soy parte de una clase, de una estrategia didáctica: "así se hace un culo joven y fácil. Con respeto y dedicación."

Ricardo está más apasionado. Se siente un par, y tiene que demostrarlo. Ganarse un lugar en el culo de mi padre, por más entregado que se sienta, cuesta y mucho. Así que se afana, se apasiona casi, gime, besa, exclama, elogia, a veces hasta parece que va a decir algo sentimental.

Se contiene justo a tiempo como se contiene una arcada, y en vez de eso, acaba, eyacula en mi padre. Todos tenemos la sensación que fue dos o tres minutos antes de lo tácitamente convenido, pero lo dejamos estar. Estamos juntos en esto, más allá de nuestros papeles en esta obra.

Mario se permite cinco minutos más y me acaba dentro, me da besitos. Tarda un poco en salir, como un último gesto de cortesía. Vuelven al baño a lavarse, seguramente por separado, respetando los turnos naturales: Mario primero, Ricardo después.

Me quedo adormilado en el regazo de mi padre. Los oigo salir del baño, miran interrogando. Quieren irse y necesitan que les abran la puerta del edificio. Mi padre me acaricia el pelo y me aparta con suavidad la cabeza. Se viste lo suficientemente decente como para salir a la puerta de calle, y se los lleva con ellos.

Yo me quedo desnudo en la cama, saboreando ese descanso, y esperando que vuelva pronto.