lunes, 27 de febrero de 2012

Negociaciones

Tras esa mítica tarde de enero en la que masturbé a mi padre por primera vez, las cosas no volvieron a ser iguales. Lo que en principio me había sido pedido como un favor, devino una costumbre, ¡y con qué asiduidad! Ese mismo día, lo masturbaría otra vez. Pero desde el día siguiente, serían tres, cuatro, y hasta cinco las veces diarias que mi mano se posaría sobre su pija, mis muñecas se moverían, y él terminaría explotando en chorros de semen que se hacían más tenues y finos a medida que se acumulaban las pajas. No pude dejar de admirar la vitalidad de ese hombre de 47 años, que siempre parecía querer (y poder) más. La cosa siempre empezaba con él agarrándome desprevenido, hablándome al oído y diciéndome "¿No querés hacerme feliz?". A lo cual, yo oponía una resistencia que era de principio nomás, comenzábamos a besarnos desaforadamente, nos sacábamos la ropa (si es que la llevábamos puesta), y comenzaba a pajearlo frenéticamente, hasta que acababa, ahíto de placer  y lujuria. ¿Y yo?
Esa pregunta comenzaría a hacerse cada vez más insistente a medida que se sucedían las sesiones de pajas. En principio, después de cada paja, nos íbamos a hacer otras cosas. Hay que tener en cuenta también que no todos los días nos veíamos; yo seguía viviendo con mi madre. Si bien logré convencerla de pasar más días y más tiempo con mi padre. Al principio ella se opuso; le molestaba bastante esta mejoría de la relación con mi padre, ella quería seguir siendo mi preferida... no obstante, lo aceptó. Jamás imaginó qué había detrás de toda esta súbita mejoría. Si bien es mujer muy inteligente, es bastante ingenua para algunas cosas. Y además, ¿quién podría imaginarse esto?
Pero hablábamos de las pajas. Luego de cada lechazo de mi padre, yo iría al baño, o me quedaría en mi habitación, y me masturbaría solo. No me desagraba, pero empecé a querer algo más. Si lo uno era posible, ¿por qué no lo otro?.
Un día se lo planteé de frente:
-Podrías devolver el favor, ¿no?
-¿Eh?- contestó sorprendido. Hacía dos minutos había acabado.
-Ya sabés. Hacerme la paja.
-¿Te parece?
-Mirá qué caradura. Claro que me parece.
-Uy, no sé... es... qué sé yo.
-Es lógico. Y justo. Corresponde.
-Me da cosa...
-Podrían darte ganas, para variar.
-No me gusta.
-¿Perdón? ¿Probaste alguna vez? - sabía de sobra que no. Era un argumento ganado.
-No, pero...
-¿Y entonces cómo sabés?- me sentí una madre convenciendo a su hijo de que coma verdura. Bueno, a decir verdad, no era tan distinta la situación...
-¿Porque como lo voy a hacer?
-Fácil. Ponés tu mano en mi pija...
-No me refiero a eso...
-¿A qué te referís?
-Soy tu padre-. Lo dijo con tal seriedad que casi me la creo. No obstante, tras dos segundos, no pude evitar estallar en una carcajada. Sí, era mi padre, ¿y? Los litros de semen derramados en estas semanas se mofaban de tal obviedad. El argumento era tan malo que supe en ese momento que tenía ganada la batalla.
Mi padre también advirtió eso, y decidió cambiar de estrategia.
-Está bien, te la hago. Pero vos me la chupás. Hace ratito que vengo con eso dando vueltas.
-OK. Vos me pajeás primero, y después, te la chupo.  Vos a mí también, claro.
-Eso lo vemos.
-No vemos un carajo. Es así.
-No te pongas en difícil, porque no te pajeo un carajo y te quedás con las ganas.
-¿Y si yo dejo de pajearte qué pasa?
La amenaza de un "paro" mío lo asustó. Vi el miedo en sus ojos. No podía darse ese lujo de prescindir de mí.
-Está bien, está bien. Abrí la boquita, hijo, que te la meto- Súbitamente, se agarró del borde de la cama, y avanzó la cadera hasta mi cara. Mi boca permaneció cerrada.
-Qué feo denigrar la inteligencia de tu hijo. Primero, manos a las obra- le dije riéndome.
Mi padre suspiró. Nunca había tenido autoridad sobre mí. Menos mal, en cierto sentido. A mí me gustaba que todo esto fuera consentido (y con sentido).
-OK, guachito. Dale, acostate que te la hago.
Me acosté. Él se sentó. Suspirando, me la agarró con miedo, como si fuera una serpiente. La acarició un poco, tocó la cabeza (eso me dio cosquillas) y empezó a mover la mano con regularidad, ni rápido ni lento.
-Oh oh ohhhh, oh, ah, ah ahhh, ahh. Dale, dale, seguí así, más, más, dale, viejo puto. Seguí, dale, papá, demostrame que me querés. Dale, demostrámelo.Más, más, más, ¿no amás a tu hijo? Dale, probámelo haciéndome la paja, ay sí, sí síiiiiiiiiiiiii. Ah ah ahhhhh
Habrá tardado unos diez minutos, al cabo de los cuales exploté como un animal. ¡Ah! qué rica sensación. Con razón tanta adicción de su parte. Cuand recuperé mis facultades mentales, alteradas por el orgasmo, vi a mi padre. Sonreía apenas, mirándome.
-¿Te gustó?- le pregunté bastante provocativamente.
-No está mal. Claro que comparado con la chupada que me vas a hacer...
-¿Tanto te cuesta reconocer tu homosexualidad?
-Soy un hombre de la vieja escuela- dijo, haciéndose el formal. Puse los ojos en blanco.
Fuimos a bañarnos. Tras una larga sesión de besos, bajo la ducha, y de secarnos compartiendo la toalla, volvimos a su cuarto. Cerró la puerta. Precaución inútil, nunca nadie entraba a esa casa. Pero bueno, la culpa no es algo tan fácil de manejar...
-¿Cómo hacemos?- pregunté inquieto. Esto era nuevo.
-Es simple. Te voy a dar la merienda -profirió una risotada- Hablado en serio, es fácil. Sentate en la cama, así estás más cómodo.
Lo hice. Él se quedó parado, vino hasta el borde de la cama. Puso su pija erecta a escasos centímetros de mi cara. Me sonrió cómplice.
-Esto es como el dentista, tenés que abrir la boca. No hay otra forma- Tenía razón. Yo estaba muy nervioso.
Abrí la boca. Él se acercó. Puso la cabeza de su pija entre mis labios.
-Dale un besito. Y chupame la cabeza con la lengua, moviéndola. Eso, asíiiiii- miró al techo extasiado con mis primeros movimientos.
Estuvimos así unos momentos, hasta que decidió metérmela toda. Entró casi toda, ya que no era muy larga. Yo estaba sorprendido, era la primera vez que lo tenía tan cerca. Su panza chocaba contra mi nariz, y los pelos se enredaban con mi incipiente barba. Instintivamente, puse mis manos en sus nalgas. Nalgas no muy bien formadas, pero con algo de carne, igual. Me hacían acordar a panecillos redondos. Él puso una mano en mi cabeza, acariciándome el pelo, y comenzó a mover la cadera.
-Ah, ah, ah, más, ah, sí, ¿te acordás cuando papi te daba la lechita antes? Bueno, ahora es producción casera. Sí, sí, qué bien la chupás, ah, más, mas, hmm, hmm, um , ah, um...
Él gemía como un poseso. Más que de costumbre. Pero no había cuidado: la ventana y la persiana, como siempre, estaban rigurosamente cerradas. Máxima seguridad. Yo lo envidié un poco. No podía gemir, simplemente tenía la boca llena. Eso me excitaba más todavía.
Durante unos 20 minutos, siguió cogiéndome por arriba. A mí me encantaba, no pedía más. Estaba en la gloria. Él también. Éramos unos cerdos, sin duda.
-Ah, ah, ah, ahhh, más, más, hm, hm, hmmmmm
Abrí los ojos, y vi que él me miraba. Estaba por terminar. Eso no había sido planteado. ¿Adentro o afuera? ¿Tragar o escupir? La misma duda se apoderó de los dos. Lo sujeté más fuerte de las nalgas, dispuesto a lo que viniera. No era lo que me hubiera gustado, pero ya estábamos. Él lo advirtió, y se hizo para atrás, sacándola. Por un momento, me sorpendió poder respirar por la boca, me sentí extrañamente hueco. Él comenzó a pajearse y. a los cinco minutos terminó en mi pecho.
-Ah, ah, ahah, ah ohhh, ahhhhhhhh- dijimos los dos, exhaustos y llenos de adrenalina. Qué fuerte que había sido la situación.
-La próxima va adentro- me advirtió él.
-Veremos, veremos- le dije yo, risueño. Me encantaba este juego de negociación permanente con él. Acaso más todavía que la práctica sexual en sí.

Los meses pasaron. Del furor de las pajas, pasamos al furor de las mamadas. Ambos seguíamos con nuestras vidas normales. Solo que, claramente, más felices. Yo había dejado de preocuparme buscando a mi príncipe azul en oscuros chats. También elegía mejor a mis amigos. Ya tenía algo seguro en mi propia casa, no necesitaba arriesgarme por cualquiera. A él también le había mejorado el carácter. Le venía bien mi ayuda.
En esos meses, gané sorprendentemente rápido la batalla por que él me la chupara. La primera vez que se lo pedí, alegó estar cansado. La segunda, cuando empezó con lo mismo, comencé a acariciarle provocadoramente la cabeza. En cinco minutos, ya se la estaba comiendo. Y nada mal. Con mucha más dedicación que las pajas, que eventualmente conseguía arrancarle. Me hizo acabar como un animal. La tercera mamada que me hizo, incluso, aceptó tragarse mi leche. Se ve que lo suyo pasaba más por lo oral. Claro que yo también ya me tragaba su semen. A veces, incluso, reemplazaba el desayuno o la merienda por ello.
-Menudo ahorro en yogurt me estás permitiendo- decía. No dejaba de ser cierto. Con una cucharada de azúcar, compensaba lo amargo del sabor, y listo.

El Día del Padre se acercaba. Un día, mientras lo pajeaba, me tomó en sus brazos, me acostó boca abajo en la cama, y se echó encima mío. Comenzó a jadearme en el oído, mientras se restregaba contra mi culo.
-Quiero metértela- declaró, con la mayor naturalidad de que fue capaz. Esto implicaba otra batalla, y él lo sabía.
-No, no. Imposible. No quiero.
-Pero vos sabías que esto iba a pasar. No soy de madera, aunque tenga un palo.
-Pero me va a doler...- dije. Sabía desde el principio que tenía las de perder.
-Un poco sí. Pero bueno, hay qué hacerlo.
-Mirá que acá todo es con mi consentimiento
-Sí, claro. Con el mío también, ¿eh? Nunca te obligué a nada- dijo dolido, y separándose de mí. Era claro que esa paja no terminaría.
-No quise decir eso. ¿Pero tiene que ser ahora? No me siento preparado.
-Yo sí. No te preocupes. ¿Alguna vez te descuidé? Te amo, sos mi hijo. Te voy a cuidar. Hay formas de reducir el dolor, de prepararte.
-¿Y vos cómo sabés que no duele?
-A las mujeres no les duele tanto- dijo con naturalidad. La referencia heterosexual me descolocó.
-¿Y por qué no al revés, eh? Digo, si no es tan terrible...- esto era un manotazo de ahogado.
Me miró serio. Me pareció que comenzaba a enojarse.
-¿Siempre vas a salir con lo mismo? Estoy un poco cansado de tener que proponer e innovar siempre yo. Nunca una iniciativa tuya.
-Tenemos iguales derechos, te recuerdo. Así es la homosexualidad. Y además, yo tengo iniciativas, pero me las frenas siempre. Dos meses para que me hagas una paja. Yo tardé dos días.
-Tenemos iguales derechos, pero distintas experiencias. A veces sos muy arrogante. Hace 30 años que tengo sexo, y tengo experiencia y sé lo que digo. Me gusta ponerla, y no quiero dejar de hacerlo.
-Siempre tenés otras personas...
-Vos también, ¿eh? Nadie te obliga, te aclaro.
Nos quedamos mirando. Ninguno creía seriamente en las otras personas. Esto había que resolverlo entre nosotros.
Mi padre volvió a tomar la iniciativa.
-Parece que lo que más miedo te da es lastimarte y que te duela. Es lógico. Pero yo, como médico que soy, te puedo decir que es muy rara la posibilidad de que algo pase. Y puedo investigar formas para que te duela menos y sea más seguro.
-Nuevamente, la ciencia y la medicina en tu favor. Claro, como yo estoy en la secundaria, qué sé yo.
-¿Si te traigo un estudio científico que lo demuestre, lo hacés?
-Trato hecho. Investigá y traeme algo sólido. No algo que hayas escrito vos. Algo independiente. Ahí vemos.
-Bárbaro. Es hora de irte a casa de tu madre- me recordó. Tenía razón, ya era de noche.

Pasaron dos o tres semanas. En ese tiempo, nuestra sexualidad disminuyó mucho. A lo sumo, lo habré pajeado una sola vez. Nos seguíamos viendo, pero ya no se daba la química sexual de antes. Tampoco hablábamos mucho del tema. La relación era cordial, incluso empezamos a salir más que antes, pero no era lo mismo. Ambos sabíamos que no era grave. Era un impasse. Algo tenía que resolverse antes. La pelota estaba de su lado.

Dos días antes del Día del Padre, yo aún no le había comprado regalo. ¿Correspondía? Estaba desorientado. ¿No era suficiente regalo mi cuerpo? ¿Era un padre, así, con todas las letras? ¿O algo más? Le mentí a mi madre diciendo que le había comprado un sweater. Rechacé su oferta de pagármelo. No me sentía bien robándole a mi propia madre. Decidí esperar, siempre le podía comprar algo después, al fin y al cabo, es una convención comercial eso del Día del Padre.
Ese día, fui a su casa. Me recibió bastante más animado que antes. Presentí algo....
-Mirá lo que tengo- me dijo, señalando una parva de papeles en la mesa. Vi de reojo que se trataba de una publicación en una revista. Lo miré.
-Léelo tranquilo- me dijo. Lo miré con ternura mal disimulada. Era cierto. Y además, se notaba las ganas que tenía de hacerlo. Me sentí un poco culpable.
Leí la publicación. Era aburrídisima. Hablaba en general de trastornos anales, tales como cáncer, fisuras, traumatismos, hemorroides. Tenía un apartado donde hablaba de las relaciones sexuales. Al parecer, no era tan terrible. De hecho, ni siquiera era perjudicial. Había también un folleto de una organización de salud, desmitificando los peligros del sexo anal. Y había una guía de Internet, evidentemente para novatos, donde de forma muy divertida explicaba cómo cuidarse. Las hojas de papel me animaban a intentarlo. Lo miré. Me besó, me abrazó, y me dijo:
-Lo hacemos por atrás, ¿no?- Asentí.

Llegó el Día del Padre. Decidí invertir en invitarlo a cenar. A un lindo lugar, acorde a la ocasión. Era mi forma de lavar culpas por haberlo hecho esperar, también. Volvimos a la casa, ya en el ascensor besándonos. Lentamente, nos fuimos sacando la ropa hasta su habitación. Prendió una vela. Me pareció un poco cursi, pero estaba bien, era su día. Comencé a masturbarlo muy lentamente. Él, deseoso de complacerme, comenzó a mamármela. A los diez minutos, me hizo dar vuelta y quedé boca abajo en la cama. Oí ruidode un frasco, y para mi sorpresa, empezó a esparcirme crema chantilly en la línea del culo. Comenzó a chupar ávidamente. Lo miré sorprendido.
-No sabía si me iba a gustar, por eso...- dijo, excusándose. Morí de la ternura.
Siguió chupando bastante desenfrenadamente, metiéndome la lengua cada vez más adentro. Sentí un extraño espasmo, incalificable de placer o dolor. Era algo nuevo. En cierto momento, aparta la cara, y abre otro frasco, más pequeño. Yo seguía de espaldas. De pronto, un dedo intenta penetrar en mi culo. Por instinto, me cerré. Él paró un segundo, y luego insistió.
-Ay, me duele pa, me duele- dije.
-Shhh, tranquilo. Tranquilo. Es normal. Vamos de a poco.
De pronto, el dedo penetró mi esfínter.
-¡Ay,me hago pis, me hago pis! ¡Perá que me meo!- dije asustado.
-Tranquilo, jajaja. Es normal. Siempre pasa. Al principio, las primeras veces. Después te acostumbras.
-¡Pero es en serio!
-No es en serio. Y de última, si te meás, cambiamos las sábanas y listo. No pasa nada, no me enojo. Sé que esto puede pasar y estoy acá con vos. Para que lo disfrutemos juntos.
Las palabras de mi padre, junto a sus besos en el cuello, el oído y la espalda, me fueron relajando. Pronto la sensación se fue calmando. Mi padre comenzó a masajearme la próstata, y eso me generó placer, aunque seguía doliendo. Empezó a meter un segundo dedo.
-Ay, es mucho- protesté. Me sentía mal protestando tanto, pero prefería eso antes que lastimarme.
-Mi pija mide dos dedos y medio, tiene que acostumbrarse el culo. De a poco- repitió inflexiblemente.Pronto el dolor disminuyó a un nivel aceptable.
Mi padre sacó los dos dedos. Me di vuelta. Lo vi desenfundando un preservativo. Como hijo de médicos, sabía que el forro era sagrado a la hora de tener sexo. Me parecía bien que mi padre respetara eso dentro de la familia. Y dentro mío también. Se untó más lubricante sobre el preservativo ya puesto. Me hizo una seña para que volviera a quedar boca abajo. Lo hice. El corazón me latía a mil.
-Acá vamos- dijo él. Me sorprendía su calma.
La cabeza de su pija empezó a empujar contra las paredes de mi agujero. La endureció un poco con la mano, y empezó a arremeter. Pronto comenzó a entrar. Sentí un dolor que, si bien no era terrible, no podía ignorar. Contraje los labios, y se me llenaron de lágrimas los ojo. Lo miré desesperado. Él entendió mi mirada.
-Gritá tranquilo, si querés- dijo, poniéndome una mano como mordaza en la boca. Aproveché ese alivio, y me descargué gritando contra la mano, que tapaba el ruido e impedía que nadie escuchase.
Mi padre finalmente fue penetrando en mí, hasta meterla toda.
-¡Ay, me cago!- dije otra vez instintivamente. Ya no dolía (tanto), pero otra vez esa sensación...
-Tranquilo. No te vas a cagar porque mi pija impide que salga nada. Y si te cagás, cambiamos las sábanas.
Me tranquilicé. Mi padre comenzó a moverse, acostado sobre mí. Miré hacia el espejo. Mi cara era una mezcla extraña de sentimientos. Él, en cambio, sonreía incontrolablemente. Le gustaba.
-Ah, ah, ah, sí, hijo, sí, dale, más, hmm, ah, qué rico, sí, por favor, más.
-Papá, ay, papa´, sí, más... más lento... más rápido... pará... seguí, ahhhhhh, ahhhh, uhhh, ehhh, ohh, mggmg,, ah, shsh, ah ahah
-Ponete en cuatro- me pidió. Lo hice. Comenzó a cogerme arrodillado mientras yo me dejaba en cuatro. Miré al espejo. Ahora sonreíamos los dos.
-Ah ah ah, oh, oh, sí, más, unm, qué rico, qué bueno, seguí, eso sñi, dale, por Dios, sí, sí síii ahhh- los gemidos se entremezclaban. Me puso de lado, siempre mirando al espejo. Se puso de lado atrás mío, y siguió bombeándome bastante rápido. Yo lo miraba alternativamente a él, a su pelvis chocando contra la mía, y al espejo. Me besaba el cuello, me lamía la cara, y me guiñaba al ojo al espejo. Nunca olvidaré su hermosa sonrisa de felicidad completa.
A la media hora, volvió a ponerme boca abajo.
-Es mi posición favorita. Muy vieja escuela- dijo encajándome un sonoro beso en la boca.
-Ah, ah, ah, oh, oh oh, sí, sí síu síi, egh eh eh, síii, sí sí síiiiiiiiiiiii, ah ah aha hhhhhhhhhhhhh. Más, más mássssssss, ah ahahahahh.
Lo noté rígido, y de pronto se desplomó encima mío. Sentí su corazón latiendo desbocadamente. Respiraba muy pesadamente. Miré al espejo. Tenía una cara de éxtasis pleno. Había acabado dentro mío.
Nos quedamos dos minutos así, recuperando el aliento. Me da un beso en la nuca, me separa la cadera de la cama, y toma mi pija en su mano. Me sentí morir, esto ya era demasiado. Comenzó a masturbarme muy velozmente. Pese a que prácticamente no tenía estimulación previa, de pronto sentí un potentísimo orgasmo venir.
-Ah ah ah, seguí seguí, dale, papá, ay ay ay... ahhh oh ahh ihhh- En tres minutos exploté desbocadamente en su mano. Él todavía la tenía dentro mío. La sumatoria de ambas fuerzas era demasiado irresisitble. Comencé a retorcerme lo poco que me permitía su cuerpo encima del mío. Fue el orgasmo más largo e intenso de mi vida hasta entonces.
-Ahhh- dijimos, tomando nuevamente aire. Él comenzó a retirarse. Mi culo sintió un extraño vacío repentino. Miré a su preservativo. Estaba limpio.
-¿Viste que no te cagabas?- dijo riéndose.
-Vi.
-¿Querés ir al baño?
-No. Solo quiero quedarme acá. Con vos. Besándote, papá. gracias por tanto.
-Gracias a vos hijo. El mejor regalo del Día del Padre. De lejos.
Nos quedamos abrazados en la cama.
-No me vengas con que querés reciprocidad, porque acá no va a haber- me dijo, de pronto. Lo miré. Cierto brillo burlón en sus ojos demostraba que era broma.
-Como vos digas. Esta fue nuestra única vez, entonces. Espero la hayas disfrutado- dije, siguiéndole el juego.
-¿No va a haber más?
-Entregá el culito, viejo. Tus demostraciones científicas demuestran que no pasa nada.
-¿Para eso las querías, no? Mirá que sos pillo.
-Tengo un padre que hace meses viene quemándome la cabeza con tener sexo. Tengo que sobrevivir.
-Me parece bien. Defendete en la vida. Aunque no con mi culo. No se toca.
-¿No?
-Me encanta ponerla. Lo disfruto mucho. Deberías tenerlo en cuenta.
-Estás con un tipo. No con una mina. Deberías tenerlo en cuenta. Si ponerla está tan bueno, quiero yo también.
-OK. 4 a 1. Yo te la pongo 4 veces, vos una. Trato justo, ¿no?
-Veremos. Si no, hay huelga, eh- amenacé.
Me miró sonriendo y me dio un largo beso.
-Me encantan estos juegos de negociaciones con vos. ¿Sabés por qué? Porque ganamos los dos.
-Como debe ser- le dije yo, mirándolo, y acariciándole la pija. La vela se apagó. Nos besamos, y nos dormimos abrazados.