lunes, 3 de marzo de 2025

La ascensión

Este relato es una continuación de "Dura como piedra, piedras duras" aunque se puede leer de manera independiente.

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Seis de la mañana. El Padre Julián y yo nos encontramos subiendo la ladera del cerro. Llueve bastante y se dificulta caminar entre la lluvia y el barro, pero aún así continuamos, pues esa es la voluntad de Dios de acuerdo al Padre Julián.

Las casas, las chacras y las cabañas van quedando a lo lejos, espaciándose cada vez más. Un follaje húmedo de pie de monte deja caer sus hojas, sus flores y sus frutos sobre el camino ya mojado y embarrado. Las piedras rechinan a nuestro paso y no pocas veces salpican agua. El repiqueteo de la lluvia sobre el camino, las plantas y nuestros pilotos hace las veces de banda sonora de esta travesía al encuentro con Dios.

El Padre Julián divide sus días entre un monasterio y la dirección de una escuela eclesiástica, ambos en las afueras del pueblo y cerca de la ladera del cerro. Los días que trabaja en la escuela vive en un pequeño apartamento en el pueblo. Es oriundo de una ciudad cercana a mi pueblo natal; hacia su ala protectora fui por una generosa recomendación que recibí al iniciar mi exilio luego del asesinato de Alberto.

Llegué una tarde de primavera a su despacho en la escuela eclesiástica y sentí que podía confiar en él. Comencé ayudándolo en tareas menores y menesteres domésticos. Yo me alojaba en una pensión donde vivían otros muchachos llegados de otras partes del país y vinculados de alguna manera con la iglesia local. Aunque algunas veces cuando él estaba en el monasterio, yo dormía en su apartamento a cambio de mantenerlo limpio y ordenado a su regreso. 

Con el tiempo comenzó a gustarme dormir en su cama, ir a su baño, ver fotos suyas, cocinar y limpiar para él. Cuando retornaba del monasterio, compartíamos una charla y una cena y yo luego marchaba hacia la pensión para dejarle su indispensable privacidad.

Caminamos y caminamos bajo una lluvia intermitente, que hacia la media mañana se vuelve copiosa. Nos refugiamos en una suerte de gruta entre las piedras, pidiéndole a Dios perdón por retrasar de esta manera nuestro encuentro con él. El remordimiento nos corroe y se vuelve un fuego diabólico en nuestro corazón, así que retomamos la senda con renovada energía y fe. Dios continúa confrontándonos con la lluvia y la completa desolación del camino, que comienza a ponerse agreste. En su infinita gloria, Dios comienza a enviarnos ráfagas de viento; estoicos, aguantamos los gritos hasta que el Padre Julián me autoriza a alabar al Supremo con exclamaciones de dolor y fe en partes iguales, dispuesto al martirio que se me asigne. En virtud de la perfecta misericordia del Señor, el viento aleja un momento las nubes, deja de llover y el camino se ilumina con una resolana tenue. Nos arrodillamos, agradecemos que el viento nos secará la ropa, nos ponemos de pie y continuamos con renovados bríos el ascenso.

El Padre Julián obtuvo el permiso de educarme en la fe como su pupilo. Leía las escrituras que me indicaba, las estudiaba, las resumía y formulaba preguntas. Cada semana me encontraba con él, quien me hacía preguntas sobre el contenido, respondía mis dudas y luego me dejaba algunas reflexiones de sabiduría moral. 

Un día me dijo que yo era su pupilo favorito y me propuso ir a pasear por algunos senderos cercanos. Cada semana comenzamos a recorrer caminos en los montes, a tomar grosellas de los árboles, a veces mirar flores, saludar a los animales. Él me seguía instruyendo en la fe; las lecciones habían cambiado de sitio. 

Hacia primera hora de la tarde, el tiempo mejora levemente. Caen muy pocas gotas aisladas, el viento se modera y las nubes nos protegen del sol. Muy exigidos, pero con renovada fe, volvemos a agradecer esta mejora y tras hacer un breve alto para almorzar un sándwich y una fruta, retomamos la senda.

Las lecciones en los cerros pronto se convirtieron en un pecado para mí. Aguardaba, impaciente, el sermón del encuentro con el Padre Julián. Ansiaba conversar, compartir, abrirme a su sabiduría. 

Un día le confesé estos pensamientos al Padre Julián. Tras dos minutos de silencio, me indicó que rezara mucho y dijo que podía ayudarme. Puso una pequeña cama en su apartamento y me invitó a mudarme allí con él. Cuando se encontraba en el monasterio, yo dormía solo. Cuando regresaba al pueblo, compartíamos el pequeño espacio. Él me habló de la división de roles que Dios programó para el mundo y afirmó saber que el mío era el de la devoción, y el suyo, el de la guía espiritual. Este encuentro favorecido por Dios debía ser festejado, y Dios le indicaría a él cómo. Al día siguiente, salimos a emprender la ascensión al cerro más elevado de la región, alrededor de diez horas de caminata. 

Llegamos a la cima al anochecer. El último trecho de nuestro camino volvió a ser regado por la lluvia. Ansiosos de reencontrarnos con Dios, hacemos frente a todas las pruebas que nos envía, valientes, gallardos, en perpetuo amor hacia Él. 

En la cima, el Padre Julián me indica que la desnudez de alma es condición necesaria para la adoración de Dios. El Supremo también nos dio un cuerpo para que expresemos su alabanza. Sigo el consejo del Padre Julián y me reclino sobre una piedra a rezar, despojado de mi ropa. El Padre Julián se acerca y me susurra que el pacto con Dios se consuma si lo dejamos entrar dentro nuestro. Rezo y rezo mientras el extremo de su crucifijo penetra en mi interior, purificando mi culo pecador. Grito, lloro y rezo mientras Dios me impone esta dura prueba de amor y resurrección. El Padre Julián me consuela y dice que el rol de la devoción siempre implica un dolor antes de la gloria y que esa es mi fortaleza, hacer lo que sea por Dios. Su rol de guía le impone introducir la fe en Dios sin cesar, confiando en su sabiduría. Y esta es la manera en que Dios nos perdona y bendice nuestra unión.

El Padre Julián me crucifica con su órgano viril dotado por Dios de un gran vigor. Acepto sus mandamientos contra la piedra húmeda y fría, en completa devoción hacia su persona que el Señor ha puesto en mi camino. Me relajo y gozo de la paz espiritual que nos da sabernos bendecidos. Su herramienta masculina no es sino el báculo que Dios encontró para purificarme y encontrar la clase de amor más elevada que cabe en este, su reino en la tierra.
















2 comentarios:

  1. Es un hermoso relato y me ha alegrado doblemente poder volver a tener noticias sobre este hermoso blog. Ojalá siga teniendo tantos relatos.

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  2. Me ha encantado esa relación de fe en el relato. Es muy metafórico y diverso. Me hubiera gustado tener a un guía espiritual así besos

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